Para la segunda fecha del campeonato de 1933, cuatro equipos programados decidieron hacer una reunión doble a precios populares en el Estadio de Carabineros: Colo Colo, Magallanes, Bádminton y Morning Star. La prensa lo aplaudió, pues prometía una asistencia importante.
Pero no fue posible: la autoridad obligó a programar con un público no mayor a tres mil personas en el Estadio de Carabineros y mil en Santa Laura. La razón: la epidemia de tifus que azotaba al país. Se trataba, como en todo mal contagioso, de evitar las aglomeraciones. Por eso solamente “3 mil personas” en un estadio (hoy podría bastar para algunos partidos).
No se propuso en esos días que se jugara sin público o solo con público local, en atención a que se supone que los piojosos son normalmente los visitantes.
Según el panorama que se avecina, es posible que veamos nuevamente restricciones al aforo de los estadios del fútbol. Y no por la Intendencia sino por la autoridad sanitaria. Las cosas han cambiado: en 1933 fue una bacteria, hoy es un virus. La bacteria la trasmitían los piojos, las pulgas, las garrapatas y otros bichos desagradables. El virus parece haber empezado con murciélagos faenados en un mercado chino.
Lo cierto es que en Italia ya se suspenden los espectáculos deportivos, incluyendo el fútbol (y se decreta “cuarentena nacional”), a horas de que en Indian Wells se suspendiera la fecha tenística. El coronavirus, que mata a pocos y contagia a muchos, tiene al mundo de cabeza y nuestro país seguramente no escapará, aunque todo indica que el fútbol solo será afectado levemente, considerando que ha sobrevivido a sus dirigentes, a sus barras bravas y tantos otros males, algunos endémicos y más peligrosos que las garrapatas.
Otras cosas, en todo caso, eran muy diferentes entonces. Por ejemplo, el entrenador de Colo Colo en esos lejanos años del tifus era un dirigente, Waldo Sanhueza, hombre de dilatada carrera que llegó incluso a compartir la banca de la selección nacional. Hoy, como se sabe, no es un dirigente el entrenador del equipo; hoy no tiene entrenador. Está buscando a uno entre campeones del mundo o con otros títulos de alto nivel. Es difícil, en todo caso, encontrar un técnico de prestigio internacional que esté dispuesto a ponerse a las órdenes de los jugadores. A Scolari, bien informado, no le gustó.
Tampoco tenía trascendencia entonces el fútbol femenino, aunque se practicaba y había más de un club. Las mujeres no se atrevían entonces a desafiar al mundo masculino y practicar lo que era considerado “deporte de hombres”. Hoy, nuestras chicas no solo lo practican, sino que suman grandes cantidades de cultoras y tenemos algunas de categoría internacional.
En fin, lo que no se ha logrado por otros medios para frenar la violencia, tal vez lo consiga un virus: que se juegue sin público o, para alegría de algunos, que simplemente no se juegue.
Ya nos pasó en el primer campeonato profesional de nuestra historia con el tifus. Y no queremos que el de ahora sea el último. Aguante, fútbol.