Judy Garland (Renée Zellweger) llega a Londres a fines de 1968, para presentarse en el nightclub Talk of the town, un lugar famoso donde los clientes comen, beben y eventualmente la siguen y admiran o bien pierden la paciencia con una estrella en el atardecer de su vida.
Es un personaje complejo que ya lleva en la piel, ánimo y salud, las señas del deterioro, y la película no ahonda en las razones de esa condición y más bien las simplifica con un flashback hacia la joven Judy (Darci Shaw) sometida al star system de la Metro Goldwyn Mayer y vigilada de cerca, se diría que demasiado de cerca, por Louis B. Mayer (Richard Cordery), director ejecutivo, uno de los dueños y más bien el patrón del estudio y de la imagen de las estrellas bajo estricto contrato: peso, dietas, libertad de movimiento, crecimiento, deseos y todo controlado con autoridad, pastillas y barbitúricos.
La línea recta de la película parte con la actriz que fue Dorothy, la encantadora niña campesina que vuela hacia “El reino de Oz” (1939) y que terminará sus días en Londres y cantando a duras penas, ante unos comensales que pueden ser fieles y cariñosos o bien crueles y despiadados.
Judy, ya en la madurez, se mueve por una línea insegura e irregular, porque desconfía de los afectos, y por eso en Renée Zellweger, nominada al Oscar por el papel, asoman los rasgos del personaje patético que de un momento a otro se desmorona, porque es la mujer que se ha ilusionado, demasiadas veces, con lo que no existe: el hombre de la vida, el reino de la felicidad y ese arcoíris a mitad de camino.
La actriz y el personaje merecían una historia más compleja, densa e incluso con zonas inexplicables, algo inherente a la condición humana y quizás a una actriz y cantante que nació con más virtudes de las que se pueden tolerar.
En los hechos, la película deja fuera a uno de sus esposos y un artífice de su carrera, el director Vincente Minnelli, y también a su hija Liza (Gemma-Leah Devereux), casi una extra con frase, y un título clave en su filmografía como “Nace una estrella” (1954) carece de cualquier mención.
“Judy” prefiere simplificar la historia y por tanto los resultados finales, según la costumbre general: las biografías de las estrellas, sus guiones, rondan por el caldo base de Wikipedia y no se apartan del molde y los mínimos comunes denominadores.
Escaso atrevimiento y nada incorrecto, azaroso y dudoso. Solo imperfecciones políticamente correctas y conocidas, pero el resto se deja fuera y no existe. Incluso la película no insiste en algo que insinúa: el público como masa dudosa y voluble que tanto admira como aplasta.
La actuación de Renée Zellweger, que sin duda lleva el peso absoluto de “Judy”, revela lo que la película tiene a favor y en contra: un gran personaje al que le falta historia.
“Judy”. Reino Unido, 2019. Director: Rupert Gold. Con: Renée Zellweger, Finn Wittrock, Jessie Buckley. 118 minutos.