No es posible —ni es conceptualmente correcto— hacer exámenes muy acabados en torno a las capacidades futbolísticas de los equipos chilenos de la Primera División cuando ni siquiera se ha completado la primera fecha del torneo nacional.
La reanudación de la actividad tras largos meses de detención y el facto VAR que en más de algo va a influir en la planificación estratégica de los equipos (este elemento tecnológico juega también y provoca situaciones que hay que saber manejar) hacen que cualquier opinión que se dé no debe considerarse como verdad permanente.
Pero sí se pueden marcar algunas situaciones, en especial si ellas parecen ser tendencias que ya se han notado en los últimos años. Y de ellas, hay una que llama la atención: la poca capacidad de las escuadras para variar o seguir caminos secundarios previamente trazados si es que la idea técnica original o de base no está dando resultados.
Es obvio que existe la idea generalizada en las escuadras nacionales en darle a la construcción de jugadas un papel predominante. Los DT sienten —a pesar de que a veces el discurso va por canales muy diferentes— que la mejor manera de llegar al arco contrario es poseer la pelota, conducirla, entregarla a través de trazos cortos y seguros y llegar así a posiciones de gol para ahí intentar doblegar al rival.
Por cierto, en lo teórico, no es una mala idea.
El fútbol del siglo XXI se nutrió de este concepto de la armonía, no solo por la efectividad y belleza paradigmática del Barcelona de Guardiola sino que también a través de la convicción de entrenadores como Arsène Wegner quien intentó plasmar esta visión en su eterno y plácido Arsenal.
Pero claro, como ha quedado más que demostrado —y el Liverpool de Klopp así lo ha hecho notar— muchas veces la fórmula barcelonista puede ser controlada e incluso superada, razón por la cual se requiere de un plan B para no caer en la confusión y, a la larga, en el inmovilismo.
Y precisamente eso es lo que uno echa de menos en los equipos nacionales. Un plan B.
Lo que mayoritariamente se vio en esta fecha de Primera, así como en los dos encuentros finales de la Copa Chile y también en la liguilla de la Primera B fue mucha idea sustentada en el supuesto de que se pueden imponer ciertos criterios pero sin los resguardos como para reaccionar si es el otro —el rival— el que finalmente los impone.
Lo que mayoritariamente se ha observado ha sido equipos que, al ser controlados y ahogados en su salida, solo han exhibido como plan alternativo el pelotazo desesperado y, casi siempre, carente de sentido lo que, a la larga, ha favorecido a las escuadras que se plantaron solo en la convicción de la presión alta.
La U de Caputto es un ejemplo. Pero no el único. Everton, por un buen trecho, O'Higgins casi todo su encuentro y gran parte del partido que hizo Santiago Wanderers demuestran cierta limitación técnica para reaccionar antes situaciones que se podrían haber previsto en la semana de entrenamientos.
Por cierto, también existe la excepción.
El Audax de Francisco Meneghini fue capaz de no caer en la astucia técnica de Gustavo Huerta —quien debe ser uno de los DT con más sapiencia de los que hay en Chile— y no cayó en el pelotazo sino que se recompuso y logró construir en velocidad y en forma armónica (hay que ver los golazos que hizo la escuadra itálica).
Está claro. Nada puede darse por sentado cuando recién se comienza la competición.
Todo puede cambiar, para bien o para mal.
Pero siempre es bueno ir sacando conclusiones.