El politólogo francés Loïc Blondiaux terminó ayer en el Congreso Futuro con “¡ha muerto la democracia, viva la democracia!”, en un panel esperanzador. Blondiaux enseña en Panthéon-Sorbonne, París.
Blondiaux busca caminos para el gobierno “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Construye, en Francia, al azar grupos que aceptan reunirse a deliberar durante 10 meses. Como se eligen al azar, representan a la sociedad.
Los motiva: sus decisiones van a ser comunicadas a la autoridad. Incluso podría convocarse a un plebiscito sobre sus recomendaciones.
Italiano, el matemático Marcus Pivato, profesor en la U. de Cergy-Pontoise, Francia, nos paseó por los métodos de contar votos. Demostró debilidades del sistema chileno: dificulta descubrir la voluntad de un pueblo, especialmente si una corriente de opinión va dividida a la elección.
Propuso que cada ciudadano, con varios votos, pudiera jerarquizar entre los candidatos. Hay varias maneras de hacer esto, pero así la autoridad representa mejor a las mayorías, sin dejar de lado las minorías. Lo llamó “voto evaluativo”.
“Una mejor democracia ¡es posible!”—, cerró Pivato.
“La democracia es una mala palabra”—, dijo Anthony Grayling, profesor del Birkbeck College, U. de Londres. Es vista como la forma de un grupo de políticos para empujar su agenda.
Y si las personas se sienten dejadas de lado, si perciben inequidad, aparece el resentimiento, caldo para el populismo, con demagogos que movilizan apuntando a un culpable. Pero podemos mejorar.
James Fishkin, cientista político estadounidense, profesor en Stanford, tal como su colega Blondiaux, arma pequeños grupos al azar. Se les proporciona información equilibrada y se les hace preguntar a expertos. Y viene la conversación, donde se los ayuda a mirar desde el punto de vista del otro.
Ha llevado a cabo 909 proyectos en el mundo. En Japón, por ejemplo, aceptaron la núcleo-electricidad, contra todas las expectativas. Estas “encuestas deliberativas” consiguen definir qué apoyar, qué no apoyar, con fundamentos. Un paso a la inclusión.
Lo clave, según Fishkin, es que la metodología permite cambiar drásticamente las opiniones iniciales de los participantes.