Jojo Betzler (Roman Griffin Davis), un niño de 10 años, acaba de integrarse a los Jóvenes Alemanes de la Juventud Hitleriana, que implica disciplina, pruebas físicas, obediencia a todo trance y algún ejercicio impiadoso y a sangre fría, como romperle el cuello a un conejo.
Jojo Betzler no es capaz de hacerlo y por eso el sobrenombre de Jojo Rabbit, para un niño que vive en un país asediado que cuenta los días para la derrota, pero en las líneas finales de la resistencia estarán estos pequeños soldados.
Es Alemania a finales de 1944 o comienzos de 1945, y la principal mirada es la de Jojo, para una historia que asume el tono estridente de una comedia burlesca, cruenta e irrespetuosa.
Con distinto registro y éxito, otras películas han observado a partir de la inocencia una de las peores culpabilidades humanas: “Ven y mira” (1985), de Elen Klimov, “La vida es bella” (1997), de Roberto Benigni o “El niño con el pijama de rayas” (2009), de Mark Herman.
La de Jojo, eso sí, es una inocencia en vías de moldearse para lo contrario y por eso su camisa color marrón, el ingreso a las Juventudes y un amigo imaginario que es Adolfo Hitler, nada menos. Más bien un bufón bailarín, exagerado y amanerado, tanto en los gestos como las palabras, y un tipo de personaje secundario, pero invasor, avasallador y más bien insoportable.
Hitler, precisamente, está interpretado por el director de la película, el neozelandés Taika Waititi, que hace unos años y para Disney dirigió “Thor: Ragnarok” (2016), donde le prestó su voz a Korg, un extraterrestre rocoso y aliado de Los Vengadores.
La peripecia de Jojo, en esos pocos meses, implica desprenderse del fanatismo, sufrir la peor de las pérdidas y descubrir el amor, pero Jojo y los que lo rodean —su madre Rosie (Scarlett Johansson), la adolescente judía (Thomasin McKenzie) y el capitán Klenzendorf (Sam Rockwell)— son piezas mecánicas y acaso títeres animados, de un director con una irrefrenable vocación por el protagonismo, el show personal y el espectáculo epatante.
La película está contaminada por la energía egocéntrica de Waititi, que carece de límites porque combina el chiste de colegio con secuencias crueles y unos parlamentos donde se cuela el nazismo y personajes que responden a la caricatura tonta e inofensiva.
De “Jojo Rabbit” se desprende una nata de liviandad general, para una película despojada del sentido moral y por eso todo vale y se permite, en el afán de llamar al escándalo, la comedia y la entretención.
A la película y a su director no le importan el precio que pagan ni los personajes ni las imágenes que utilizan, porque finalmente y después de tantos años transcurridos, alguien logró lo impensado: hacer del nazismo y del mal, una película de rango superficial y corte banal.
Nueva Zelandia-República Checa-EE.UU., 2019. Director: Taika Waititi. Con: Roman Griffin Davis, Thomasin McKenzie, Sam Rockwell. 108 minutos. +14. En cines.