El retorno de la actividad futbolística competitiva —la liguilla de la Primera B— y la visualización de algunos partidos de los equipos que se preparan para competir internacionalmente —en amistosos— dan cuenta de una realidad bien clara: el criterio técnico que prevalece en el fútbol local es la obsesión por la búsqueda y contratación de jugadores buenos para la pelota y no la esencial construcción de eficientes propuestas colectivas. Dicho en forma, a los DT les interesa más tener jugadores con cierto talento que gastar tiempo y esfuerzo en encontrar sellos representativos de las tendencias que dicen valorar. El análisis a través de ejemplos empíricos sostienen la afirmación.
La mayoría de los entrenadores de los equipos que participaron en la fase de cuartos de final de la liguilla de la Primera B sostuvieron, antes de los partidos que les tocó enfrentar el fin de semana, que sus escuadras privilegiaban ciertos dogmas: la posesión, la construcción de ataque a través de diversas fórmulas, las salidas rápidas y/o una capacidad permanente para jugar “en el campo rival”. Es decir, el discurso indicaba que todos esos equipos si bien no serían siempre protagonistas, al menos aspiraban a controlar el partido y a establecer, con ello, un juego basado en el colectivismo.
Pamplinas.
Salvo en momentos de urgimiento —es decir, cuando el resultado en contra auguraba la eliminación— todos los equipos de la B plantearon un juego chato, inarmónico, carente de osadía, centrado en la lucha y en la refriega, y fundado en los pelotazos inorgánicos.
No solo eso. La esencia de la “propuesta” no se basaba en esquemas dinámicos y adaptables de acuerdo a la realidad de juego sino que su sustentación estuvo dada por la contundencia individual. Nada más. Mario Briceño (Ñublense), Maximiliano Quinteros (Copiapó), Joaquín Montecinos (Melipilla) y Hugo Droguett (Temuco), a la larga, fueron más importantes y decisivos en la clasificación de sus respectivos equipos que cualquier ideario técnico (si es que lo hubo).
Pero no se crea que el mal solo existe en la B.
En Primera División también se está optando más por el salvataje individual que por la autoexigencia de la construcción de sello.
Salvo la Católica, que al contratar alentrenador Ariel Holan está dando ciertas señales de que quiere evolucionar en las propuestas técnicas de San José y Quintero (y que fueron exitosas) los “grandes” solo demuestran obsesión por sumar jugadores que eleven, por sí solos, la calidad futbolística de sus escuadras.
Que Colo Colo haya traído a Matías Fernández, y la U a Walter Montillo son signos evidentes de que en esos equipos sigue primando la idea errada de que el éxito tiene que ver con la suma de astros (aunque sean del pasado) y no con las convicciones y propuestas.
Y si vamos más allá aún, veremos que en la selección nacional es lo mismo: el éxito depende de si Bravo llega con minutos en el cuerpo o si Sánchez está mentalmente involucrado y no si el equipo juega “como el DT Rueda quiere”.
Por eso estamos como estamos.