El regreso de Matías Fernández a Colo Colo tiene que analizarse necesariamente desde el punto de vista emocional, pero también desde las perspectivas históricas y futbolísticas que la sustentan.
Mati, qué duda cabe, representa para los colocolinos de la generación millennial más que un símbolo. Es uno de sus máximos íconos porque fue factor esencial en una época bien trascendente en la historia del club: la que renació tras la quiebra —de la mano de Claudio Borghi— y que dio inicio a la era de la sociedad anónima como controladora de los destinos institucionales.
Fernández construyó su leyenda en base a sus buenas y trascendentes actuaciones, pero especialmente por ser la expresión más genuina del quehacer histórico de un club que, al ser vendido al mejor postor, parecía derrumbar su personalidad más profunda. Mati no era un jugador al cual se echaba mano a través de negocios y transacciones en la Bolsa. Fue —como también lo fueron Vidal y Bravo— un metal precioso surgido de la cantera y sacado a pala limpia como joya de exhibición.
Por eso Fernández se enquistó en el corazón de lo hinchas. Se formó entre ellos esa curiosa conexión que se da de tanto en tanto en el mundo futbolero, al punto que ni bien se había producido su partida para que ya se empezara a hablar del inevitable retorno.
Pero claro, el regreso de Fernández debía cumplir un estándar: el de la necesidad futbolística de uno y otro.
Mati, por cierto, tenía trazado su plan. Aunque para casi todos resultara incomprensible que no lograra los niveles que se presumía debía alcanzar por su talento, él diseñó su carrera en base a motivaciones específicas ligadas a la tranquilidad y confort más que a pelea por demostrar supremacía en los rankings.
Fernández, al fin y al cabo sabía que Colo Colo sería su parada final inevitable por lo que en los últimos años se dedicó a terminar su personal ciclo —sin duda, no de la manera en cuanto a trascendencia futbolística— antes de aterrizar en el Monumental.
Colo Colo, en tanto, para recibir el regreso del hijo pródigo, requería de ciertas condiciones y convicciones que le otorgaran a este retorno algo más que expresiones sensibleras.
Aparentemente, éstas se dieron ahora.
Es un hecho que el plan deportivo de los albos encabezado por Marcelo Espina y Mario Salas, apunta a la construcción de un plantel que, en el mediano plazo, logre que Colo Colo mantenga su habitual competitividad local y que potencie, hasta donde se pueda, la lucha en la arena internacional. Y pese a que Fernández no cumple con el requisito etario que se supone debería tener un equipo de cierta proyección, sí puede ser un factor interesante como modelo a seguir en aspectos futbolísticos esenciales.
Y es que Mati, tras la partida de Jaime Valdés, podría ser el mejor ejemplo que se pueda entregar a las siguientes generaciones albas sobre cómo juega y qué debe hacer en la cancha un volante mixto.
Así como le aconteció al propio Valdés, Fernández vivió en Italia la transformación posicional y funcional del volante creativo —llamado hoy mixto— tal como enseñara Andrea Pirlo a todos los mediocampistas que llegaron a la liga itálica en los últimos 15 años.
No es, entonces, menor el aporte que puede ser Mati.
No es solo cuestión de amor.