En dos días -el lunes 8 de octubre- se anunciará el Premio Nobel de Economía. Las casas de apuestas barajan varios nombres. Aunque no está entre los favoritos, un número importante de académicos en el mundo entero espera que este año el premiado sea el legendario profesor Arnold Harberger, maestro y amigo de centenares de economistas latinoamericanos. Harberger es el padre intelectual de las reformas que transformaron a Chile en la estrella más brillante del firmamento latinoamericano, y que luego fueron emuladas por la mayoría de los países de la región; es profesor emérito de la UCLA y de la Universidad de Chicago.
Arnold Harberger ha hecho contribuciones en diversos campos de la economía. Por ejemplo, un artículo suyo del año 1959 continúa siendo un referente para quienes estudian los efectos de las políticas públicas sobre el crecimiento de los países. Una serie de investigaciones recientes que comparan a China con India, y proyectan su desempeño futuro, se basan en este trabajo señero. Otras áreas en las que Harberger ha contribuido, incluyen el análisis del ajuste internacional ante devaluaciones, la incidencia de los impuestos sobre empresas y consumidores, y el análisis de los efectos sobre el bienestar de políticas que distorsionan al sistema de precios (los famosos "triángulos" de Harberger).
Al pensar en el Premio Nobel, me recuerdo que en Chile no hay un Premio Nacional de Economía. Hay premios nacionales para muchas disciplinas, incluso varias que no son galardonadas por el Nobel, pero de Economía no hay. No solo eso, en Chile tampoco hay una Academia Nacional de Ciencias Económicas.
Lo paradojal de este asunto es que a los economistas chilenos no parece importarles que las cosas sean así. Con una arrogancia un poco olímpica, dicen que no es interesante que el Estado los premie. Para la mayoría de nuestros economistas, basta con lo que piensan los pares y el mercado, y se conforman con la distinción otorgada por este periódico a través de la selección anual del "Economista del Año".
En Argentina existe la Academia Nacional de Economía. Fue fundada en 1914, y consta de 35 académicos de número, los que son elegidos en un proceso largo y riguroso. Han sido miembros algunos de los economistas más respetados del mundo. Por ejemplo, en el sitial 35 se sentó Raúl Prebisch en 1955; en el 30 se sienta, en la actualidad, el repetidísimo profesor de la Universidad de Columbia, Guillermo Calvo; y en el sillón 21 está el siempre brillante Carlos Alfredo Rodríguez.
En Chile tenemos la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales, la que forma parte del Instituto de Chile. Fue creada por ley de la república en septiembre de 1964. Tiene un enorme prestigio, y 36 miembros de número. Al igual que en la argentina, los discursos de incorporación son verdaderas joyas.
Al no tener institución propia, algunos economistas han sido elegidos a la Academia de Ciencias Sociales. Entre ellos, Andrés Bianchi, Luis Riveros, Jorge Cauas, Sergio Molina, Osvaldo Sunkel y Cristián Larroulet. Todos de gran prestigio y carreras brillantes. Pero, sin quitarles ningún mérito, es evidente que faltan muchos de los más influyentes y globalmente respetados miembros de la profesión. Faltan, por ejemplo, Ricardo Ffrench Davis, Alejandro Foxley, Eduardo Aninat y Rolf Lüders, todos con una extensa lista de publicaciones académicas. Se echa de menos a Vittorio Corbo y a Manuel Agosín, a Andrés Velasco, a Patricio Meller y a Ricardo Caballero, entre otros.
Pero, claro, no se puede atiborrar a la Academia de Ciencias Sociales con puros economistas. Eso sería una insensibilidad y una muestra adicional del imperialismo avasallador de la profesión. El que tengan un 17% de los sillones parece más que razonable.
¿Qué hacer entonces?
Muy simple, este gobierno debiera presentar al Congreso un proyecto de ley que, simultáneamente, cree la Academia Chilena de Ciencias Económicas, con 35 miembros de número, y que instituya el Premio Nacional de Economía, otorgable cada dos años, con la posibilidad de que hasta tres personas lo puedan compartir (como el Nobel).
Como el Presidente Piñera es economista, muchos pensarán que es inapropiado que impulse esta iniciativa. Una manera de evitar toda sospecha es que el gobierno le pida a José De Gregorio, decano de la FEN y líder indiscutido de la profesión, que prepare el proyecto. La imparcialidad de De Gregorio es tan evidente, como es su eficiencia. Haría un gran trabajo. El único problema con la idea de que él maneje el proceso, es que no podría estar en el primer trío que recibiría el premio. Pero nada impediría que fuera parte del segundo lote.