Señor Director:

Agustín Squella, en su columna del viernes, califica como el más insustancial de los argumentos para criticar la propuesta constitucional de Bachelet el hecho de que haya sido firmada a solo días de dejar el gobierno. Sin embargo, yo creo que es perfectamente legítimo el reparo, no solo porque transforma esta propuesta en un "saludo a la bandera", tal como ya se ha dicho, sino por razones más de fondo.

Llevamos varios años -y todos los de este gobierno- inmersos en una discusión constitucional, en la cual se debatió mucho sobre la legitimidad del texto actual, sobre el procedimiento apropiado para cambiarlo y sobre los valores y principios que debía encarnar, esto último con un nivel de generalidad que invisibilizaba los disensos. Es decir, nunca entramos en una discusión constitucional en serio, la que solo es posible con propuestas concretas sobre la mesa, respecto de las cuales se hace posible tomar partido. Si el Gobierno hubiera presentado este texto en sus comienzos, nos hubiéramos dado cuenta de que no pretendía por esta vía refundar el país, cambiando radicalmente su institucionalidad política y económica, como algunos temían y otros, quizás, anhelaban.

Quienes sostienen propuestas alternativas hubieran podido en ese momento presentarlas y generar con ello una discusión más rica en ideas y argumentos. Para mí que la única razón por la cual no tuvimos este proyecto antes es simplemente porque no existía: se puso el tema constitucional sobre la mesa sin tener claro qué es lo que se quería cambiar. De hecho, el texto fue una sorpresa para la propia coalición de gobierno, en circunstancia que es -supuestamente- su ideario el que plasma. Realmente ahí reside lo insustancial de la discusión constitucional que hemos mantenido, que este texto llega tarde para enmendar.

Juan Enrique Vargas Viancos
Profesor Universidad Diego Portales