El ministro del Interior, Mario Fernández, se encuentra en una situación difícil: debe explicar cómo un miembro del Opus Dei, alguien que debe orar con la misma frecuencia que respira, lector de Camino , asistente a misa diaria y seguidor de Escrivá de Balaguer, como es él, puede, al mismo tiempo, ser partidario de permitir legalmente el aborto.
Cuando se le pidió que explicara esa obvia inconsistencia suya, el ministro esgrimió un argumento aparentemente razonable:
"Imagínese que a todas las personas (...) se les esté pidiendo cuentas respecto de sus credos religiosos. Eso me tiene bastante asombrado realmente. ¿Por qué a mí se me pide eso? Entonces, yo le pido respeto por mis creencias religiosas -concluyó-, como yo respeto las creencias religiosas de todos los demás".
Por supuesto el ministro tiene todo el derecho de que se respeten sus creencias religiosas. ¡Faltaba más! Lo que ocurre, desgraciadamente, es que quien no parece respetarlas es él mismo. En efecto, hasta donde se sabe, el Opus Dei es un firme y férreo opositor al aborto, quienes lo integran creen firmemente que el aborto es, rigurosamente hablando, un asesinato y no un acto moralmente indiferente. Por esa razón los miembros de la Orden, a la que el ministro adscribe, creen que incluso la mera despenalización del aborto es un error moral que equivale a despenalizar el asesinato por motivos utilitarios. Para el Opus Dei el aborto simplemente no debe estar permitido. Se puede remitir la pena -atendiendo a las circunstancias-, pero, siendo un crimen, no admite un permiso general de ejecución.
El ministro Fernández entonces tiene todo el derecho a que esas creencias suyas (que lo inspiraron y de las que no se apartó un milímetro mientras fue miembro del Tribunal Constitucional) se respeten con escrúpulo; pero, al mismo tiempo, los miembros del Opus Dei tienen todo el derecho de exigirle que él sea el primero que las respete, y los ciudadanos, por su parte, el derecho de pedirle que explique por qué, si las siguió tan al pie de la letra cuando fue ministro del Tribunal Constitucional, las relativiza ahora cuando asume como ministro del Interior ¿En cuál de esos dos momentos el ministro Fernández fue fiel a sí mismo? ¿Cuando, siendo juez constitucional, decía ser obediente a su obispo o ahora que, siendo ministro del Interior, se declara dispuesto a desobedecerle?
El problema, del que el ministro Fernández no es más que un ejemplo, es de la máxima importancia pública: alude a las relaciones que median entre las convicciones que animan a las personas de fe y las convicciones que animan a las personas que se dedican a la política.
Los liberales cuentan con una manera sencilla y clara de resolver ese problema.
Ellos piensan que ambos planos -el de la fe y el del poder- en general no se tocan porque las convicciones de la fe solo pueden ser esgrimidas para las decisiones relativas a la propia vida, pero no para las vidas ajenas. Habría una solución de continuidad entre la esfera de la vida propia y la de los demás. Las convicciones de la fe iluminan la primera; pero no la segunda. Respecto de esta última, cree un liberal, las personas con convicciones distintas, pero obligadas a convivir unas con otras, deben buscar consensos superpuestos, convergencias parciales acerca del modo de organizar la vida en común. Un liberal, entonces, puede tener convicciones firmes acerca de cómo guiar su propia vida; pero cree que es necesario suspenderlas cuando se trata de la vida de los demás.
Pero esa fácil división no es la del Opus Dei. Los miembros del Opus piensan, al revés, que hay una línea continua entre lo que alguien estima es bueno para él y lo que estima es bueno para los demás. Si alguien está convencido de que el aborto es un crimen, entonces está, por supuesto, obligado a no abortar; pero también está obligado a no permitir que los demás lo cometan. Y es que un miembro del Opus Dei cree que no es posible separar la vida en una esfera privada (donde se despliegan las convicciones religiosas) y una esfera pública (donde se las suspende o se las hace enmudecer).
El ministro Fernández parece, sin embargo, estar empeñado en una innovación: declarar que posee las creencias y convicciones morales de un Opus Dei, pero acto seguido advertir que, al menos desde que fue nombrado jefe de gabinete, las tiene nada más que para sí mismo.
Para todos, el programa que aprobó la mayoría; para él, las convicciones del Opus Dei que le revela la fe.
Toda una novedad: un Opus Dei liberal.