Señor Director:
En la vida hay ocasiones en que la razón aconseja un cómodo silencio. Todo indica, en esas oportunidades, que decir o hacer algo puede tener más costos que permanecer callado. Lo que se diga puede ser mal interpretado, uno puede incluso ser acusado de querer influir en las instituciones o en los procedimientos en curso.
Pero la vida, y la ética cristiana que uno ha aprendido desde niño obligan también en ciertas ocasiones a no hacer cálculos y a asumir los riesgos de decir una palabra, particularmente cuando amigos y sus familias lo están pasando mal. Me rebelo ante el cómodo silencio.
Conozco desde hace muchos años a Carlos Eugenio Lavín, a Carlos Alberto Délano y a Carlos Bombal. Con ellos no solo he compartido ideas y un proyecto de país, sino que he sido testigo de su interés por colaborar con decenas de iniciativas de bien público. Conozco a sus familias, a sus señoras y a sus hijos, y los sé personas de bien, gente íntegra, emprendedora y conectada con la realidad de nuestro país.
Debo señalar que ignoro los detalles del
problema legal que ellos enfrentan. Lo que sí sé es que Chile cuenta con una institucionalidad que otorga garantías de que, como lo han dicho las autoridades de Gobierno, se esclarecerán los hechos con total independencia, sin influencias externas de ningún tipo.
Porque muchas veces levanté mi voz para decir cosas que a mi propio sector incomodaron, creo hoy tener el legítimo e irrenunciable derecho a expresar a Carlos Eugenio Lavín, a Carlos Alberto Délano y a Carlos Bombal, mi afecto en estos momentos difíciles y mi confianza en ellos. Estoy cierto de que, por encima de las dificultades transitorias, hay una vida y una trayectoria que los respalda.
Hernán Larraín Fernández