Existe una secuencia en "La danza de la realidad" donde se cuela la imaginación chilena, folklórica, cambiante, oral y tan auténtica como el cine de Raúl Ruiz.
Un viejo de campo, don Aquiles (Andrés Cox), deja sus pobres pertenencias al protagonista Jaime (Brontis Jodorowsky), violento, irascible y siempre al borde de la crisis existencial, sicológica e ideológica.
El legado de don Aquiles es el de Ruiz y quizás el de Alejandro Jodorowsky.
El hombre de campo deja como herencia poncho, sombrero, pilchas y trabajo, luego desciende a una tumba abierta y espera en paz lo que viene: paladas, tierra y olvido.
Las diferencias entre ambos directores son notorias.
Jodorowsky, antes que chileno, fue artista: director de cine, mago, autor de libros y cómics, mimo, dramaturgo, actor, tarotista.
Un artista que busca desesperadamente un arte con el cual transfigurar o interpretar al mundo que además es un circo de varias pistas, y un Jodorowsky no basta y se necesita su sangre, hijos y descendencia.
Ruiz, antes que artista, fue chileno: algo incomprensible, absurdo, paradojal, misterioso y sin molde que existe al otro lado del espejo o en "La noche de enfrente" (2012), su película póstuma.
"La danza de la realidad" de Alejandro Jodorowsky es valiente, honrada y testamentaria, porque un señor de 85 años extiende sus brazos, le habla a la cámara y filma la ofrenda: aquí está su vida, obras y motivos.
Es una biografía que parte en la Tocopilla de 1929, cuando la crisis económica azota Estados Unidos y en Europa se fragua otra guerra mundial.
El niño Alejandro (Jeremías Herskovits) sufre las durezas de su padre Jaime, dueño de la tienda Ukrania, y también estalinista, machista y bruto.
Su madre Sara (Pamela Flores) no habla, canta ópera y es una masa desnuda y opulenta que lo rodea y protege.
Es un Chile de pobreza, clandestinidad y bomberos heroicos, donde flamean los dictadores y los totalitarismos del siglo XX.
Son dos los protagonistas. El niño que sufre su condición de judío, pero los vientos de la época lo empujan a él, y más a su padre, a otra condición: la del judío errante.
Esta es la historia de un hombre, Alejandro Jodorowsky, y la de un artista que no está pegado a ningún arte, y por eso la película reparte los arcanos mayores que siempre han estado en su cine: los desnudos y lo genital, mucho antes que lo sexual; el misterio y luz de la paternidad o bien los fervores colectivos, alucinantes y místicos.
Es el origen, las creencias y al menos buscar un destino, con esos comodines de mutilados, enanos y santones iluminados.
Es un espectáculo con el espíritu del circo -la fantasía y la danza- y la letra de una biografía surrealista.
Pero es, sobre todo, un ofertorio: aquí está su cine y su manera de ver el mundo, su condición de artista y el poncho, sombrero, pilchas y prendas.
Lo póstumo no existe, Jodorowsky vive y esto es lo que queda de un hombre: memoria, cariño y sueños.
Francia-México-Chile, 2013. Director: Alejandro Jodorowsky. Con: Brontis Jodorowsky, Pamela Flores, Jeremías Herskovits. 130 minutos. Mayores de 18 años.