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Editorial
Jueves 18 de julio de 2013
Longueira en la historia política de Chile
No surgido de una familia con tradición de acción pública, su opción nació de él mismo, alimentada por una formación ignaciana por cuyas orientaciones ha conservado afecto y admiración, pese a haber discrepado muchas veces de sus orientaciones...
Cuando una brillante trayectoria política como la de Pablo Longueira se interrumpe por una enfermedad que impide desarrollar en toda su potencialidad las capacidades en que aquella se apoyó, el sentimiento general en todos los sectores es el que se observó ayer, al conocerse la noticia y las causas de su renuncia a la candidatura presidencial que ganó en la primaria de la Alianza hace menos de tres semanas: respeto universal ante el valor de un político de plena dedicación a la que, quizás, no fue su primera vocación como ingeniero, pero a la que se consagró del todo cuando comprendió que era su camino para actuar en pro de su concepción del mayor bien nacional.
Longueira pertenece a la historia política del país en los últimos 30 años, con participación protagónica en momentos decisivos de la misma, incluso más allá de las fronteras de su partido, la UDI, del cual ha sido sin duda su líder más carismático después de Jaime Guzmán.
No surgido de una familia con tradición de acción pública, su opción nació de él mismo, alimentada por una formación ignaciana por cuyas orientaciones ha conservado afecto y admiración, pese a haber discrepado muchas veces de sus orientaciones en la praxis. En las luchas de la gran división de Chile en los años 70, como estudiante entonces, asumió sus rasgos identificatorios: defensa valiente de sus convicciones, franqueza, reciedumbre. Despertaba por eso mismo niveles importantes de rechazo, lo que nunca lo inhibió para actuar en política, ni le impidió ganar las cinco difíciles elecciones en que participó, atrayendo a muy buenos colaboradores y ganándose el respeto de sus adversarios. Todos saben que cumple sus compromisos. Su claridad, contundente y sin evasivas, despierta confianza.
El país le debe cuatro contribuciones fundamentales: en primer lugar, recordar invariablemente que los pobres deben ser la primera prioridad de la política. Las palabras de Juan Pablo II en cuanto a que "los pobres no pueden esperar", ratifican un principio básico muy distintivo en Longueira. En segundo término, y como fruto de lo anterior, su labor en la organización poblacional de la UDI, partido que por su obra como dirigente y secretario general dio cuerpo vivo a las concepciones y la herencia de Jaime Guzmán en esta materia. Para él, el desarrollo económico jamás puede admitir el rezago del desarrollo social. De allí su énfasis en reducir a todo trance el sector de extrema pobreza. Su mística para no perder jamás ese foco influyó de modo determinante en que su partido, inicialmente una minoría de élite, llegara a ser el mayor del país. La UDI le debe decisivamente su envergadura a esa firmeza de principios, a su visión estratégica y electoral, y a esa acción en las bases que ha sido el sello de Longueira.
Su tercer aporte es la capacidad de mirar hacia adelante, más allá de la conveniencia coyuntural. Pruebas de ello han sido el acuerdo político para salvar al PDC, cuando por un error propio se quedó sin inscripción posible en las elecciones parlamentarias de 2001, y el célebre "acuerdo Lagos-Longueira", de 2003, para dar una salida consensuada a los casos de utilización de fondos públicos en sobresueldos que afectaban la estabilidad institucional del gobierno de aquel.
Igualmente se observó cuando, tras estar en la oposición por más de 20 años, asumió con brillo como ministro de Economía en el actual gobierno. Habiendo discrepado antes en más de una oportunidad con el Presidente de la República, en su gabinete se alineó con él para consagrar toda su energía a las aristas sociales de lo microeconómico -de allí su labor en pesca, Sernac, turismo y otras áreas de la cara más cercana de la economía al ciudadano-. Porque en ellas resultaba sincero y creíble, pudo asumir la candidatura presidencial de su partido en las primarias aliancistas, en condiciones extremadamente difíciles, y ganar por estrecho margen a su contendor, en una campaña que ambos supieron mantener con elevación.
Hoy, a quienquiera elija la Alianza como su sucesor, ha de recordarse que todas las últimas campañas presidenciales se han resuelto por estrecho margen, y también en esta ocasión, pese a la popularidad de Michelle Bachelet, los personeros más responsables de la candidatura de esta han tendido a coincidir en que la de noviembre próximo lo sería en todo caso, teniendo al frente a Longueira. La responsabilidad de su sucesor será enorme, pero eso no excluye la posibilidad de una lucha electoral equilibrada.