En Chile, se estima que al menos el 65% de la producción de hortalizas corresponde a superficies menores a cinco hectáreas y que existen al menos unas 34 mil explotaciones, según los datos de Odepa, por lo que buena parte de las verduras que se comen a diario en todo el país provienen de la agricultura familiar campesina, tanto las que se venden en las ferias como en los supermercados, así como las que, a través de aplicaciones, llegan directo a los consumidores.
Y si bien su rol es esencial, la mayor parte de estos pequeños productores siguen enfrentando la informalidad y la dificultad para llegar al consumidor final, lo que implica que venden a bajos precios y pasan hasta por cinco intermediarios, producto de que tienen bajos volúmenes y una oferta limitada en el año.
Con la idea de romper esas barreras, en diferentes regiones los hortaliceros han comenzado a agruparse en organizaciones y cooperativas para reunir una mayor cantidad de productos y acercarse a los mercados mayoristas, supermercados y tiendas de las ciudades cercanas, buscando mejores precios y lograr vender toda la producción.
Otros agricultores apuntan a procesar las verduras que no cumplen con los requisitos para la venta en fresco para lavarlas, cortarlas o pelarlas y convertirlas en hortalizas de cuarta gama, las que se destinan principalmente a casinos, eliminando una parte de los actuales desechos que genera este rubro, a lo que también se suman proyectos y empresas que están desarrollando nuevos productos a partir de ellos.
En la mayor parte de los casos, la asociatividad es un elemento clave, donde resalta la formación de cooperativas y las relaciones de largo plazo.
De hecho, recientemente, el Ministerio de Agricultura lanzó el programa AgroCoopInnova, junto con los ministerios de Economía y Ciencias, para apoyar a las cooperativas del sector en innovar y agregar valor, en el cual ya están participando algunos hortaliceros.
“Casi el 30% de las cooperativas del país son del sector agrícola, tienen una enorme relevancia y tenemos que lograr que funcionen con circuitos cortos, las alianzas productivas con el sector público y ver asociaciones con grandes empresas comercializadoras que les den valor a los productos”, dice el ministro de Agricultura, Esteban Valenzuela.
Biofresco: Investigación e innovación para los descartes
Como parte de la cuarta generación de comercializadores de hortalizas en Lo Valledor, Óscar Celis dice que conoce muy bien los problemas que enfrentan los agricultores, como las pérdidas que tienen cada semana con los productos que no cumplen con las exigencias de tamaño, forma o calidad, los que normalmente terminan en la basura.
Con esa visión, hace 11 años junto a su familia formaron la empresa Biofresco, para procesar esas verduras y venderlas procesadas a los supermercados, restaurantes, hoteles y casinos, donde tuvieron que incorporar tecnología y profesionales capacitados para cumplir con los estándares de trazabilidad e inocuidad.
Si bien no son productores, tienen programas de compra de hortalizas a proveedores que mantienen desde hace años en diferentes regiones, donde trabajan con la Confederación de Federaciones de Sindicatos Campesinos y Trabajadores del Agro, Conagro, y organizaciones como Horticrece, en la Región de O’Higgins.
Actualmente están construyendo una nueva planta de proceso en Calera de Tango, donde incluyeron un invernadero grande para comenzar a producir algunas verduras, con el objetivo de ayudar a mantener una oferta estable durante varios meses del año, algo que les ha costado conseguir.
“Necesitamos un abastecimiento que tenga un estándar de calidad y seguridad que se pueda traducir en oportunidades de negocio, donde al menos tenemos que lograr una continuidad de seis meses para poder sentarnos frente a un retailer nacional o internacional”, explica Óscar Celis.
La nueva planta de procesos tiene un fuerte foco en la investigación y desarrollo, ya que implementarán un nodo de sostenibilidad en conjunto con el Centro de Innovación de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Santiago, que incluirá un espacio de cowork, un centro experimental de abejas, un terreno para cultivar y un espacio para realizar proyectos que involucren a agricultores de otras regiones para desarrollar soluciones tecnológicas.
“Estamos estudiando la idea de instalar un proyecto piloto de energía fotovoltaica acoplado a los invernaderos que se pueda replicar en otras regiones”, dice, y explica que también trabajarán en mejorar los manejos de agroquímicos y en generar soluciones de economía circular para la industria de las hortalizas que se puedan traducir en oportunidades comerciales. De hecho, ya tienen dos empresas asociadas a Biofresco, una que se enfoca en la producción de snacks hechos a partir de desechos de las verduras, Veggsnack, y otra más ligada a la biotecnología, Bions, que mediante el suprarreciclaje de los descartes, como las hojas de apio, se busca extraer las propiedades funcionales y convertirlos en extractos o ingredientes para la industria alimentaria y cosmética.
“Algunos productos ya están generados y listos para la comercialización, en etapa de escalamiento, y otros en fases regulatorias, pero lo que queremos seguir haciendo es generar este tipo de iniciativas y soluciones”, resalta Óscar Celis, quien es ingeniero bioquímico. Entre los planes de Biofresco también está comenzar a exportar hortalizas frescas a Brasil, como lechugas, para lo cual han trabajado en diseñar un pequeño macetero o contenedor con una solución que les permite seguir creciendo durante el viaje, sin cortarlas, y así venderlas “vivas”. Algo que presentarán en Sao Paulo en septiembre, buscando posibles clientes.
Huertos Buen Origen: Espacio para los pequeños en Lo Valledor
Al comercializar en torno al 60% de la producción de hortalizas del país, el mercado mayorista de Lo Valledor es por lejos el principal punto de venta para estos productos.
Como tradicionalmente llegan más comerciantes que agricultores, una de las inquietudes de los administradores era cómo incorporar a más productores y darles la oportunidad de acceder a buenos espacios o “posturas” —como se conoce a los lugares donde se estacionan los camiones— y hace siete años iniciaron un convenio con Indap para reservarles lugares fijos y apoyarlos con profesionales para vender.
Así nació el programa Huertos Buen Origen, que comenzó con 34 agricultores de las regiones Metropolitana, de Valparaíso y O’Higgins, y en el que hoy participan 180 usuarios, los que están a cargo de un coordinador que programa las fechas y espacios disponibles.
“Son buenos espacios, en calles con una buena exposición a los compradores, donde están acompañados por profesionales que los apoyan para saber cómo embalar los productos, conocer los precios y diferenciar las calidades y calibres”, explica el jefe comercial de Lo Valledor, Jaime Núñez, y detalla que durante la última temporada las ventas realizadas a través de este convenio sumaron más de $14 mil millones.
Entre los requisitos que deben cumplir está tener un volumen de al menos un camión tres cuartos (con una capacidad de seis a siete toneladas) y contar con iniciación de actividades, para emitir facturas, donde pagan el mismo peaje de ingreso que otros comerciantes.
“Fuimos de los primeros en participar y uno de los mayores beneficios ha sido tener siempre las mismas posturas, porque antes teníamos que tomar el espacio que quedara y al volver los clientes no nos encontraban… Esto nos ha ayudado a tener un nicho y clientes fijos”, dice Cristina Valenzuela, agricultora de Lampa.
Gracias a las mejores oportunidades de venta, asegura que ha podido crecer e invertir en riego tecnificado para sus lechugas, repollos y cebollas, lo que le permite sembrar por etapas.
“Antes se vendía todo en terreno y el que se llevaba las ganancias era el intermediario, pero ahora estamos llevando prácticamente todo a Lo Valledor”, dice.
Cooperativa Tierra Fértil: Mujeres unidas por las hojas verdes
Hace 15 años, Maris Toledo comenzó a vender frambuesas y papas puerta a puerta en Los Muermos, en la Región de Los Lagos. Recuerda que, de a poco, en las tiendas y casas le comenzaron a pedir diferentes hortalizas, lo que la impulsó a producirlas junto a su marido, enfocándose en el cilantro, que le dio buenos resultados.
Empezó vendiendo cien atados al mes y este año vendió 120 mil atados, además de 20 mil lechugas, tanto en Los Muermos como en el mercado mayorista de Puerto Montt, a lo que suma ajos chilotes y pasta de ajos que ella misma elabora.
Como si fuera poco, hace dos años comenzó a participar en la Cooperativa Tierra Fértil, conformada por seis productoras de hortalizas de Los Muermos, donde se están preparando para procesar diferentes verduras y agregarle valor a la producción de cada una, en una región fuertemente marcada por la estacionalidad, debido al frío y las lluvias del invierno, que las obliga a usar invernaderos y macrotúneles.
“Todas producimos lechugas y cilantro, hojas verdes en general, y nuestra idea es darles valor para que duren más tiempo frescas estando envasadas, y vender otra parte picada y procesada”, dice.
También detalla que uno de los problemas que han tenido es la lentitud para formalizarse como cooperativa y obtener una cuenta corriente, lo que les impide avanzar en las ventas, ya que el objetivo es ofrecer en ciudades como Puerto Varas las verduras procesadas, pensando en hoteles y restaurantes, y capacitarse para postular a compras públicas.
Más adelante queremos avanzar hacia una producción agroecológica y seguir especializándonos en las hojas verdes, porque cuentan con diferentes variedades y la mayoría tiene espacios pequeños para trabajar, ya que entre todas suman unos 3.500 metros de terreno.
Al ser una de las pocas cooperativas conformadas solo por mujeres, fueron seleccionadas entre las 20 que participarán del programa AgroCoopInnova, donde las apoyarán para innovar y agregar valor en sus procesos, en línea con lo que han venido concretando.
Cooperativa Norte Fresco: Jóvenes al resguardo de los alimentos
Cuando se conocieron en las mesas de jóvenes rurales de Indap, como hijos y nietos de hortaliceros de los valles de Lluta y Azapa, en la Región de Arica y Parinacota, los nueve jóvenes que conforman la Cooperativa Norte Fresco descubrieron que tenían sueños y problemas en común: querían seguir en el campo, pero con oportunidades.
Por eso, asociarse surgió casi en forma natural. Uno de los puntos decisivos fue ver que, como la mayor parte eran arrendatarios, no podían hacer inversiones definitivas, como construir una sala de procesos, lo que los limitaba para generar opciones de negocio que fueran diferentes a la venta al por mayor que hacen sus padres en Arica.
“Siempre me pregunté por qué no podíamos vender directo a los clientes o hacer subproductos, porque en el campo nos queda mucho descarte, y me di cuenta de que no era la única que me hacía esas preguntas. Fui a una gira en los Países Bajos y pude visibilizar lo que es la asociatividad, y ahí nació el bichito”, afirma Izzamar Cayo, presidenta de la cooperativa Norte Fresco, y resalta que los socios tienen entre 24 y 33 años, y pertenecen a comunidades indígenas.
La pandemia alteró sus planes y les trajo nuevas oportunidades, como la venta directa a domicilio en Arica.
“Presentar un listado de hortalizas, buscar clientes y darnos a conocer era un mundo nuevo... La primera venta fue a una persona, luego a dos, a tres, y así llegamos a hacer hasta tres días de entregas cada semana”, dice.
El uso de las redes sociales fue otro desafío, debido a la mala conexión, y este año dejaron esas ventas para enfocarse en producir hortalizas deshidratadas y procesadas, ya que recibieron los fondos para una sala de procesos móvil.
“Ahora estamos entregando nuestra producción de zapallos italianos y pimientos morrones verdes a una empresa que se adjudicó la licitación de Junaeb y queremos planificar el próximo año con ellos y, de acuerdo con eso, empezar a sembrar en octubre”, proyecta.
Otro plan es procesar los descartes de las cebollas, donde tienen prototipos que han funcionado bien.
“Varias personas nos dijeron que no hiciéramos una cooperativa, que no nos asociáramos, pero puedo decir que es la mejor herramienta para los pequeños agricultores, porque permite crecer personal y asociativamente”, asegura.