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Editorial
Lunes 03 de noviembre de 2025
Voluntarismo legislativo
Pretender modificar la cultura y costumbres mediante leyes suele ser un ejercicio inútil.
Se han aprobado en los últimos años una serie de leyes que han buscado generar un cambio cultural en el país. Buena parte han sido iniciativas bien inspiradas, pero a menudo voluntaristas y en algunos casos abiertamente exageradas. Lo más paradójico es que muchas ni siquiera se fiscalizan ni menos se cumplen.
Una muestra es lo que pasa con la ley que exige que todos los menores de nueve años deban usar sillas de retención dentro de los autos e imposibilita hasta los 12 ocupar el asiento del copiloto. Más dura que normativas de Europa y Estados Unidos, plantea serias dificultades no solo para las familias con más de tres hijos, sino también para los turnos de traslado de los colegios. Con todo, basta pararse afuera de cualquier establecimiento escolar para darse cuenta de lo poco que se cumple y fiscaliza.
Algo similar pasa con la ley “No más chat”, incuestionable en su objetivo, pero de bajísima fiscalización y, por ende, eficacia. La Ley de Convivencia Vial, en tanto, debía producir un cambio profundo en nuestras calles, pero ha sido absoluta letra muerta. De nuevo se repite el problema: lo irreal que es multiplicar las exigencias normativas cuando las capacidades fiscalizadoras del Estado son muy limitadas. En este caso, además, se agrega la dificultad práctica de cumplir varias de sus disposiciones, como aquella que exige mantener una distancia lateral de 1,5 metros al sobrepasar a un ciclista y que parece ignorar cómo son muchas de nuestras calles. En tanto, la “Ley Cholito”, que recogía la nueva sensibilidad ciudadana hacia la protección animal, ha generado situaciones tan contraproducentes como la de dejar de manos virtualmente atadas al Estado y los ciudadanos para enfrentar el problema de las jaurías de perros asilvestrados que atacan la fauna autóctona. Un mejor resultado —cabe reconocer— ha tenido la ley “Chao bolsas plásticas”, si bien su cumplimiento se concentra en el gran comercio y se relativiza según se reduce la escala de los negocios.
Ya en el siglo XVIII los fisiócratas advertían del exceso de leyes que terminaban afectando el desarrollo de la sociedad. En el XIX, en tanto, Herbert Spencer escribió un libro llamado “Demasiadas leyes” que da cuenta de algo similar. No parecen haberlo leído nuestros parlamentarios, cuya reacción habitual, frente a cualquier problema que cause impacto mediático, es correr a presentar nuevos proyectos de ley, cual si eso fuera a resolver las cosas.
Todo país necesita perfeccionar constantemente su marco legal, adecuándolo a los nuevos desafíos que se presentan y reflejando la evolución social. Pretender, sin embargo, modificar la cultura y costumbres mediante leyes suele ser un ejercicio de constructivismo inútil, cuando no derechamente contraproducente. Los ejemplos mencionados son buena prueba.