Entre las parábolas más interesantes de las escrituras, está la que se puede leer en Mateo 9:17. Se dice allí que nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces los odres se revientan, el vino se derrama y los odres se pierden; sino que se echa vino nuevo en odres nuevos, y así, concluye la parábola, ambos se conservan.
Es imposible no pensar en ese párrafo cuando se mira lo que está ocurriendo con el gobierno del Presidente Gabriel Boric.
Aunque acá es la situación inversa a la que describe la parábola: hay vino viejo en odres nuevos.
En sus inicios, y para seguir con la parábola, nadie negaba que se trataba mayoritariamente de vino nuevo en odres también nuevos. Casos como los de Carlos Montes eran excepciones que hacían resaltar esa fisonomía general. Una nueva generación al poder (odres nuevos) con ideas también nuevas (la agenda transformadora o, en su versión más exagerada y retórica, el plan de matar al neoliberalismo).
A poco andar, sin embargo, y los cambios del viernes lo confirman, pareciera que como producto de las asperezas de lo real o la necesidad de auxiliarse con la experiencia, las ideas nuevas deberán quedar, por ahora, como eso: ideas generales sin poder transformador alguno, conceptos que inspirarán frases encendidas para quejarse de esto o de lo otro (como acaba de ocurrir con las reacciones frente al rechazo del proyecto de reforma tributaria); pero poco más. En el resto, parece volver el vino viejo, las ideas reformistas y graduales de los cuadros que se desenvolvieron a la sombra de las tres últimas décadas, a la sombra del proyecto que la centroizquierda llevó adelante. Solo que ahora está en odres nuevos. Es probable que, al mismo tiempo, el odre nuevo se mantenga. El Presidente elaborará de pronto una frase o hará un ademán, para mantener una apariencia tersa, pero será eso: una frase que intentará conectar con los procesos culturales que subyacen a la sociedad chilena, esos que poseen un fuerte acento generacional, como el feminismo o el ecologismo, manteniendo de esa forma el barniz refulgente de lo nuevo, pero al revés de esa apariencia contendrá, para seguir con la figura, lo viejo.
¿Es malo eso? ¿Significa acaso un desliz, un fracaso, un tropiezo vergonzante de Gabriel Boric haber llegado al poder con un discurso fulgurante de ideas nuevas y rostros nuevos, una moral nueva y una política nueva (todo eso, como se recordará, se decía) para terminar solicitando el auxilio de quienes condujeron el proceso sobre cuya destrucción retórica logró instalarse?
Es verdad que hay algo de virtuoso en eso, en inclinarse frente al duro rostro de la realidad, en retroceder frente al muro y ser capaz de imaginar un rodeo para eludirlo aunque tome mucho más tiempo que el esperado o el rodeo acabe descubriendo que lo que esperaba al final del camino era muy distinto a lo que se imaginó. No se trata, sin embargo, de una virtud moral del Presidente Gabriel Boric, sino de la virtud del político que sabe (o como a él le ha ocurrido, las circunstancias le han hecho saber) que en su oficio se hace lo que se puede dentro de lo que se debe.
Pero el político, junto con ser dócil frente a la realidad —resistir la realidad y creer contra toda evidencia es la virtud del profeta, no del oficio de político—, debe ser capaz de explicar los cambios que decide o que experimenta. Si no lo hace, si cambia aquí y allá, con entusiasmo camaleónico, simulando que en realidad ello no ha ocurrido, su actitud más que virtuosa arriesga parecer impúdica. El Presidente Boric tiene aquí una obligación pendiente: explicar el cambio que ha apagado poco a poco el fuego retórico de transformaciones que él mismo atizó con tanto entusiasmo hasta que en esta ceremonia parece decidido a aceptar que comience a languidecer. La parábola que se lee en Mateo dice que nadie sensato echa vino nuevo en odres viejos. Dice que en tal caso el vino se estropea y los odres se pierden. No se refiere, sin embargo, a lo que ocurre cuando, como en este cambio de gabinete, se echa vino viejo en odres nuevos: es probable que entonces los odres adquieran una pátina de leve antigüedad y el vino encuentre una nueva oportunidad de perdurar.