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Editorial
Martes 24 de enero de 2023
Honecker y la izquierda
El caso sintetiza dilemas históricos de ese sector.
Hace pocos días se cumplieron 30 años desde que el exdictador de la República Democrática Alemana (RDA) Erich Honecker llegara a nuestro país. Chile se transformaba así en la única nación del mundo que acogía a un exdictador comunista, luego de la caída de la Cortina de Hierro. Su arribo estuvo precedido por los de su esposa, Margot, y su hija Sonja (casada con un chileno). Fue posible debido a la presión de sectores de izquierda —parte de los cuales integraban el gobierno del Presidente Patricio Aylwin—, agradecidos por el refugio que Honecker brindara a miles de chilenos tras el 11 de septiembre de 1973. De hecho, su abrazo en el aeropuerto con Gladys Marín, secretaria general del PC, dio la vuelta al mundo.
Tal fue el epílogo de uno de los episodios diplomáticos más difíciles del Chile de la transición y que también tensionó a la entonces Concertación, entre un mundo socialista que sentía una deuda hacia Honecker y quienes en cambio advertían la contradicción entre el férreo compromiso del Gobierno con los derechos humanos y la ayuda al exjerarca de un régimen que los había violado por décadas.
Hay que recordar que a fines de 1991 Honecker se había alojado en la embajada de Chile en Moscú en calidad de huésped (acogido por la esposa del embajador, el dirigente socialista Clodomiro Almeyda), hecho que provocó una crisis diplomática con Alemania. Tras varios meses de permanencia —y mientras en el exterior desaparecía la propia URSS—, el exdictador abandonó la sede diplomática a inicios de 1992. Fue así arrestado por las autoridades de la Federación Rusa en cumplimiento de un pedido de extradición hecho por la República Federal de Alemania, acusado por las muertes de fugitivos en el Muro de Berlín. Pero aunque el jerarca fue finalmente enviado a ese país y procesado por la justicia, un tribunal superior ordenó suspender el juicio debido a su precario estado de salud. Con ello, pudo finalmente viajar a Chile, donde murió en mayo de 1994.
Una mirada a este episodio trae a la memoria el período de la Guerra Fría, cuando una extensa parte del mundo permanecía bajo la órbita soviética, sometida a sistemáticas violaciones a los derechos humanos, en un contexto de falta de libertades y fracaso económico. Todo ello llevó al colapso del sistema comunista, del que Honecker fue emblema.
Pero el caso también sintetiza los dilemas de una izquierda chilena que por décadas idealizó ese sistema y que, en la dura experiencia del exilio, pudo conocer su realidad. Entonces, mientras un sector pareció cerrar sus ojos a los atropellos a las libertades que sufrían los ciudadanos de esos países y a las evidencias de fracaso del modelo, para otros marcó un punto de inflexión y el inicio de una renovación ideológica que sería clave en la transición democrática. Esa bifurcación sigue teniendo consecuencias hasta hoy, como lo muestra la disputa entre las dos almas del Gobierno: el Socialismo Democrático y Apruebo Dignidad. Al respecto, no deja de ser significativo el que, aun años después de la muerte de Honecker, su viuda siguiera siendo invitada de honor a los actos del PC chileno, incluida su Fiesta de los Abrazos.
Con todo, también es revelador que aún hoy en sectores de la izquierda renovada el agradecimiento hacia el exdictador prevalezca por sobre la condena hacia sus repudiables acciones como gobernante.