La encuesta CEP muestra que gran parte de las ideas que representa el gobierno del Presidente Boric se han debilitado. La delincuencia, la inmigración y la economía han cobrado más y más importancia; mientras desigualdad, medio ambiente y derechos humanos apenas marcan en prioridad. Ha aumentado la creencia en que la principal responsabilidad por el sustento económico está en las personas, y no en el Estado. Y ha crecido la tolerancia a que Carabineros use la fuerza para controlar la violencia en manifestaciones.
Aunque el caso de este gobierno puede ser especialmente notorio, algo así afectó también a los anteriores: alcanzado el poder, el público se torna esquivo, como un termostato que pide calor cuando hace frío, pero luego frío cuando hace calor. Hay que volver a 2006 para encontrar dos gobiernos seguidos de igual signo.
Ahora parece que mientras el Gobierno hace malabares (infructuosos) para no perder el apoyo de una de sus almas, es el alma de las mayorías la que se le escapa. Es que la izquierda pura y dura es muy reducida. En la CEP, en una escala donde el 1 es la izquierda y el 10 la derecha, solo el 5% elige el 1 y el 1% el 2. La situación de la derecha pura y dura es equivalente. De hecho, un tercio de los chilenos elige la posición central del 5 y un cuarto prefiere no identificarse, pero sus preferencias se parecen a las del centro. Las fuerzas políticas debieran buscar representar bien a las mayorías moderadas y no dejar ese espacio vacante a outsiders con agendas opacas.
Esta reticencia hacia los extremos en temas ideológicos convive con una fuerte animadversión entre bandos políticos. Casi la mitad de los que votaron por Boric evalúan negativamente a los votantes de Kast (no a él, sino a sus votantes) y viceversa. Es lo que se llama polarización afectiva, fenómeno que ha captado la atención en EE.UU. y que cambió el foco desde cuán extremas son las posiciones hacia el creciente desprecio entre demócratas y republicanos, el cual no necesariamente tiene que ver con su ideología (Iyengar et al., 2019).
La presencia de polarización afectiva en Chile, de cuya magnitud sabíamos poco, debiera preocuparnos. No solo porque es per se complejo para la convivencia que grupos de personas se detesten, sino también porque hay evidencia de que a mayor polarización afectiva, hay mayor disposición a sacrificar la democracia con tal de no ser gobernado por uno de los “otros” (Graham y Svolik, 2020). En una investigación junto a Pedro Cubillos y Carmen Le Foulon antes del plebiscito, encontramos que al inducir polarización afectiva en una encuesta online (haciendo a algunos escribir lo que no les gusta de los del otro lado), cae significativamente el apoyo a la democracia.
La CEP también muestra que la preferencia por esta como forma de gobierno cayó de 61 a 49% en el último año. En este delicado escenario, las fuerzas políticas debieran buscar la moderación de los afectos y no atizar odios. El riesgo es que unos lleguen a detestar a otros al punto que una derrota electoral parezca amenazante; cuando eso ocurre, puede perder mérito eso de cambiar de gobierno sin derramar sangre.