El registro etario de las selecciones que llegaron a las instancias finales del Mundial de Qatar es contundente: Argentina (28.2), Francia (25.1), Croacia (27.7) y Marruecos (26.5). El promedio bordea los 27 años.
¿Qué quieren decir estas cifras? Que para competir en cotas superiores en el fútbol actual se requiere de jugadores formados y con altos niveles de experiencia, porque aparte de lo físico, es necesario tener madurez mental y manejo de situaciones bajo presión y estrés.
Hay futbolistas que tienen una capacidad de desarrollo temprano que les permite integrarse de manera relativamente fácil a un grupo de experimentados. Casos hay muchos, incluso en la historia de los mundiales, comenzando con Pelé y culminando con Enzo Fernández, ambos esenciales en los títulos de Brasil (1958) y de Argentina en 2022, aun cuando estaban muy por debajo del promedio “deseable”.
Para que estos jóvenes puedan destacar requieren de dos cosas: un talento superior al de sus pares y una fuerte contención y guía de parte de los más grandes. Cuando ambas se conjugan, entonces recién se puede esperar que un futbolista más bisoño tenga la posibilidad de alzarse como figura en un nivel superlativo.
Entender esto que parece tan obvio no es, sin embargo, muy asumido en el medio nacional.
Muchos postulan que la clave del éxito competitivo es la promoción rápida de los valores jóvenes, simplemente por ser jóvenes. Y pegan el grito en el cielo cuando los clubes contratan jugadores en torno a los 30 años, reclamando que “tapan” el natural crecimiento de valores que están aparentemente listos para enfrentar a la élite local.
Y no siempre es así. Es más: es hasta raro en Chile encontrar jugadores entre 19 y 23 años suficientemente preparados para tomar la titularidad de sus equipos.
Claro que hay excepciones. Vicente Pizarro (20) en ColoColo, Lucas Assadi (18) en la U y Bastián Yáñez (21) en Unión Española están capacitados para quedarse con la camiseta en sus equipos porque fueron superando etapas y tuvieron una capacidad de adaptación fantástica. Pero así y todo no dan para sacar conclusiones y menos para erosionar la idea matriz. Porque todos ellos han pasado solo la valla de la competencia interna, que es baja. Ninguno tuvo aún la opción de medirse en un plano internacional mayor como para saber si realmente fue capaz de romper la tendencia. Es duro decirlo, pero hay que ser claro: a pesar de sus talentos, aún no se sabe si están (o estarán) para la alta competencia internacional.
Hay que esperar que tanto ellos como otros jóvenes que llaman la atención sigan un adecuado proceso de crecimiento. Que a sus características futbolísticas sean capaces de agregar la maduración mental para enfrentar esos desafíos superiores. Y si eso llega antes de los 27 años, se sabrá si el jugador tuvo las mejores herramientas para convertirse en crack.