La extraordinaria y emotiva final de Qatar 2022 que coronó a Argentina sin duda se anota como una de las páginas más vibrantes y emotivas en las historias de la Copa del Mundo. Pasarán los años y de acuerdo a las posibilidades tecnológicas que se irán desarrollando seguro que rememoraremos una y otra vez, acaso con igual gozo futbolero, esa lucha entre las tropas lideradas por Lionel Messi y Kylian Mbappé.
¿Podemos decir que vimos la mejor final de la historia de los mundiales tal como se apresuró a decir “oficialmente” la FIFA?
Por cierto que ese es un exabrupto del momento. No se puede objetivizar algo así. Cada uno lo valorará en su justa dimensión de acuerdo con sus experiencias o a sus conocimientos indirectos. Porque ha habido otras finales de colección que generaron, en su momento, la misma dicha que la que se vio en Doha.
Por ejemplo, la primera, esa protagonizada por Uruguay y Argentina que se jugó bajo un clima beligerante (el árbitro belga John Langenus pidió un seguro de vida antes de aceptar dirigir el partido) y que terminó con la victoria de los locales tras dar vuelta el marcador en la segunda etapa.
Tampoco, por cierto, hay que olvidar la otra gesta uruguaya, la de 1950. La definición ante Brasil en Río de Janeiro que consagró a la Celeste generó cuentos, ensayos, libros, documentales, películas y hasta canciones y poemas que nos dejan como legado una imaginaria, pero real presencia en esa confrontación que se definió con el gol de Alcides Ghiggia.
Hay más. Muchos de los grandes cronistas deportivos del siglo XX refirieron que la final jugada por Alemania y Hungría en 1954 en Berna (Suiza) fue una verdadera joya por ser el combate entre la disciplina colectiva táctica de los germanos y la calidad superior a nivel individual de los magiares (y que ganaron los primeros).
Veinte años después, los alemanes también supieron ganar una final con sus conceptos arraigados al equipo más revolucionario en materia táctico-estratégica que el mundo del fútbol haya conocido: la Holanda de Rinus Michels, liderada en la cancha por ese genio que era Johan Cruyff.
La final de México 1986 (la segunda vez que Argentina logró el título) también está en la galería histórica porque su rival, de nuevo Alemania, no se rindió pese ir 2-0 abajo, y porque Diego Maradona, con un solo toque en todo el partido, puso la magia con un pase que por Dios cómo aprovechó Jorge Burruchaga.
Claro, todo lo descrito tiene que ver con percepciones subjetivas. Son momentos que llegan al alma del futbolero, quedaron fijas en la memoria y luego se multiplican hasta transformarse en leyendas. Y que uno atesora como si se tratara de algo indescriptible e irrepetible.
Las sensaciones son las que priman en los mundiales. Cada uno les dará la valoración que la parezca. No se puede tratar de imponer ello con una verdad absoluta (y en eso se incluye, por cierto, la discusión que ahora se genera sobre el exacto lugar que ocupará Lionel Messi en la historia tras obtener la Copa del Mundo).
Si fuera así, se acabaría la discusión. Y la magia eterna que tienen los mundiales.