Fue a partir de 1958, en Suecia, cuando se comenzó a poner nombres propios a los mundiales. Más bien, a entregarles a ciertos ídolos la pertenencia de los torneos. Así, en el 58 no hubo dudas que el Mundial fue de Pelé, así como el de 1962 fue de Garrincha, el de 1966 de Eusebio, el de 1974 de Johan Cruyff y, por cierto, el de 1986 fue el de Diego Maradona.
Y el tema se ha transformado en una obsesión, porque antes de cada Mundial, se abren apuestas sobre quién tendrá el honor de llevarse esta suerte de bendición futbolera.
De cara a Qatar 2022, no había que ser brujo para anticipar que el trono vacante se lo disputarían Lionel Messi (Argentina), Cristiano Ronaldo (Portugal), Kylian Mbappé (Francia) y Neymar (Brasil).
¿Se ha dado realmente esta lucha?
En verdad, no tanto. No ha sido este un Mundial de personalidades. Messi y Mbappé han dado muestras de sus talentos y son claramente figuras centrales de sus selecciones. Pero no al nivel de llenar todos los gustos todo el tiempo. Neymar, en tanto, tuvo un accidentado torneo, con una lesión que lo alejó de la posibilidad de sumar elogios. ¿Cristiano? Fue lo más decepcionante, porque su último Mundial será recordado más por su frustración por perder la titularidad que por sus acrobacias en la cancha.
¿Quiere decir que este Mundial no ha entregado figuras?
Sí, hay un montón de jugadores que llenaron la vista, pero ninguno le dará con propiedad su apellido a Qatar. Las escuadras que llegaron a las fases finales del Mundial han basado su poderío en el funcionamiento colectivo.
El caso más llamativo es Marruecos. La selección africana tiene jugadores que hacen diferencias (el arquero Bounou, el lateral Hakimi, el atacante Boufal). Pero su fortaleza ha sido la capacidad para darle sentido a una propuesta que contiene un interesante plan de juego que enerva a los defensores de la posesión.
Croacia también es un ejemplo. La base del actual subcampeón del mundo no es el genio incombustible de Luka Modric, sino que el mediocampo que él comanda y que terminan por integrar Marcelo Brozovic y Mateo Kovacic. Ahí está el núcleo del fútbol croata. Es el lugar donde se toman las decisiones sobre el ritmo y las formas.
Y no se crea que Argentina y Francia le han ido en zaga en este concepto del colectivismo por sobre el individualismo.
Cuando Scaloni optó por jugadores más adheridos a ideas de funcionamiento grupal que de lucimiento personal, su escuadra comenzó a funcionar mejor. Tanto así que Messi ha tenido una opción que no siempre tuvo: elegir los momentos de protagonismo.
¿Y Francia? Cómo no. Si ha habido un equipo que sufrió bajas en su recorrido fue el del actual campeón del mundo. Cualquier equipo “normal” al que le faltaran jugadores de la talla de Benzema, Kanté, Pogba, Nkunku o Kimpembe, se hubiese resentido irremediablemente. Pero el DT Didier Deschamps, a través de trabajo táctico-estratégico (hay que ver cómo reconvirtió a Griezmann) logró conseguir un funcionamiento fiero y no dependiente solo de inspiraciones.
Claro, en Qatar algún nombre propio quedará en la eternidad.
Pero será solo por tradición.