Nada retrata mejor la situación del Chile contemporáneo que la escena acaecida en la reunión del Presidente con la micro, pequeña y mediana empresa.
En la testera, presidiendo la mesa, se encontraba Rafael Cumsille y a su lado, el Presidente Boric. Rafael Cumsille arrastra una larga biografía en la historia política y gremial de Chile, marcada por su oposición sin atenuaciones al gobierno de Allende y su apoyo, también sin atenuaciones, a Pinochet. El Presidente Boric, en cambio, recién inicia su propia peripecia y no cabe duda de que mientras Rafael Cumsille vive anegado de recuerdos que le debe costar contener, el Presidente Boric recién principia a elaborar los suyos.
Y la escena que se avecinaba le ayudará, sin duda, a ello.
Ustedes —comenzó Cumsille en su intervención, mientras se apoyaba en la testera e inclinaba levemente el cuerpo hacia el público—, ¿están más preocupados de la Constitución o de la delincuencia?
¡De la delincuencia! —tronaron los asistentes, en coro unánime.
Cumsille, con los ojos abiertos más de la cuenta y la boca simulando sorpresa y pasmo, vigila la reacción del Presidente Boric que está a su costado. Y agrega:
Pero ¡pónganse de pie los que están más preocupados por la delincuencia! Entonces, como si se tratara de un regimiento o un conjunto de seres previamente adiestrados, como si se tratara de muñecos impulsados por un resorte, todos saltaron, unánimes, de sus sillas.
Así, Cumsille dirigió mediante preguntas previamente convenidas, como si él fuera un director de orquesta o el patrón de un circo, y el público, los muñecos de un titiritero, los movimientos y los cánticos de quienes asistían, los que se paraban o se sentaban, callaban o hablaban al unísono o entonaban el himno de los Carabineros, cuya letra figuraba en unos panfletos oportunamente puestos a su alcance (como el cancionero de misa que alguna vez se pone al alcance de los feligreses olvidadizos), entusiastas y obedientes, siguiendo disciplinadamente las órdenes disfrazadas de invitación de Cumsille, quien, es probable, reverdecía sus recuerdos de momentos más épicos en medio de esta escena.
Los comentaristas de esa escena han subrayado en ella una cierta falta de respeto a la figura presidencial (lo que, sin duda, ocurrió cuando de pronto un asistente al acto interpeló al Presidente, tratándolo de tú, como si fuera un amigote o un igual y el encuentro, una asamblea de reclamos), pero quizá no sea eso lo más relevante.
Lo más relevante de la escena es la distancia, ¿cómo llamarla?, ¿vital? entre el Presidente Boric, por un lado, y Cumsille y sus asociados, por el otro.
¿Qué podría haber dicho el Presidente Boric que de veras entusiasmara y despertara la adhesión sincera de quienes allí estaban?
La verdad es que muy poco.
Y es que la escena muestra en forma flagrante uno de los rasgos del Chile de hoy: la distancia entre dos generaciones que, a pesar de vivir en el mismo año, no son coetáneas.
Allí donde el Presidente ve, o veía, la necesidad de transformaciones profundas, estructurales, tendientes a cambiar de una vez por todas las rutinas colectivas de los últimos años, Cumsille y quienes le seguían con disciplina circense tenían demandas menos épicas, menos grandiosas, demandas que carecen del entusiasmo del futuro y están más bien animadas por las modestas expectativas del presente: mayor seguridad, producción de un orden que les permita llevar su quehacer sin sobresaltos. Y allí donde el Presidente esperaba una audiencia que viera en él una figura de autoridad, encontró a un conjunto de personas coordinadas para, mediante sus gestos, despojarlo de cualquier aura (sobra decir que el aura no es algo que la gente tiene, sino algo que quienes interactúan con él, bajo ciertas condiciones, le atribuyen). Y, en fin, allí donde el Presidente ha de verse a sí mismo como un líder que señala con su discurso y su presencia un horizonte, invitando a esforzarse por alcanzarlo, Cumsille y sus seguidores esperaban un administrador del Estado eficiente y atento a las necesidades que los agobian día tras día.
Esa fue la distancia que allí se reveló, como si esa reunión hubiera sido uno de esos encuentros accidentales entre personas que creen conocerse y simulan acordarse la una de la otra, mientras escudriñan el rostro del otro y se esfuerzan en recordar dónde lo vieron o pudieron conocerlo, escarbando inútilmente en la memoria y resignándose finalmente a mantener ese juego de máscaras durante un largo rato, hasta que, con cierto alivio, se despiden sin nunca haberse reconocido. Eso fue más o menos lo que pasó en ese encuentro del Presidente Boric con Cumsille: se miraron amables y reían, pero seguramente pensaban para sus adentros cada uno respecto del otro, quién será él realmente y qué relación podría tener conmigo y con mi historia, dónde lo he visto y qué puede significar para mí.
Solo que, en el fondo, no eran ni el Presidente Boric ni Rafael Cumsille los que se escudriñaban: eran dos generaciones con distintos horizontes vitales las que se miraban, extrañadas.