Por un fragmento entramos al todo. Pasa en la filosofía, en la literatura, en la pintura y en la vida. Me acordé de esto al observar el fresco que el maestro veronés llamado Pisanello le dedicara a la leyenda de San Jorge y el Dragón. La ciudad está prisionera de un monstruo espantoso que se apoderó de las fuentes de su agua. Para aplacarlo, los aterrorizados ciudadanos le ofrecen sacrificios, primero de animales y luego de jóvenes doncellas, siendo un día elegida la hija del rey, la princesa Trabisonda. Aquí entra en escena el héroe, Jorge, que se interpone, mata al dragón y libera a la princesa de su cruel destino y a la ciudad de su vasallaje. La anécdota, que forma parte de la leyenda áurea, proclive a las alegorías, ha sido representada innumerables veces por pintores geniales. En general, la iconografía pone en primer plano a San Jorge en el momento en que da muerte al dragón. El héroe vence al monstruo.
Este maestro italiano, en cambio, elige el momento en que San Jorge —mártir cristiano— se despide de la princesa antes de ir al encuentro del dragón. El fresco está lleno de movimiento. El héroe acaba de poner un pie en el estribo —el caballo agita sus ancas, que parecen retroceder fuera del muro— mientras mira no sin angustia hacia donde lo espera el dragón. La princesa se retira hacia un costado y permanece quieta. A su espalda avanza de frente, alborotado, otro caballo que ya monta el escudero de San Jorge. Detrás de ellos, una multitud que ha descendido de la ciudad a ver la partida adopta distintas actitudes.
Pisanello representa a la princesa de perfil, quieta, serena.
El fresco está en mal estado de conservación. Es apenas un fragmento. El dragón se perdió por los estragos de la humedad. Parte de las ricas terminaciones de las armaduras y del suntuoso vestido de la princesa, las veladuras azules del cielo también desaparecieron, pero la pintura sigue impresionando y conmoviendo. Todas las líneas convergen sobre el pálido rostro de la princesa.
Admiro la sutileza en cualquier obra de arte (así como detesto la grosería en cualquier instancia de la vida) y esta pintura está tejida con ella. La mayor sutileza de Pisanello es mover el foco hacia la mujer agradecida, que muestra su gratitud con el silencio y la mirada recatada. La dignidad que emana de esa figura es enorme y parece transmitir que la intensidad de la emoción no necesita la obvia y literal expresión. Hay emociones que se enriquecen con el lenguaje del silencio, de la ocultación, de la mesura; ellas fluyen sin aspavientos, manierismos ni exhibiciones baratas. La lección del pudor.
Pedro Gandolfo