“Ojalá Federer gane Roland Garros luego, para que se aburra y se retire”, bromeaba Fernando González en 2007, el mejor año de la carrera del chileno y en el que conseguiría su única victoria en los trece duelos que jugó contra la leyenda suiza.
Pero Federer ganó en París en 2009 y no estuvo ni cerca de aburrirse: siguió echándole carbón a la máquina hasta acumular los 20 títulos de Grand Slam que lo elevaron al sitial de leyenda.
“Feña” ironizaba así porque entendía que con “Rodgeur” jugando a tope como en esos años no había posibilidad de éxito. Con el tiempo, luego de su propio adiós, González recordó esa final del Abierto de Australia perdida ante el europeo y reflexionó: “Sin él, quizá yo hubiese ganado más títulos. Tuve suerte de enfrentarlo, nunca vi a un tenista con su mentalidad”.
El basiliense de 41 años estará de fiesta toda esta semana celebrando con sus amigos y algunos de sus más calificados rivales la despedida del tenis profesional.
Dice adiós un jugador que redefinió las fronteras del deporte, que fue capaz de llegar a la cima con una técnica estilizada y elegante, casi sin esfuerzo, y fue capaz de mantenerse ahí durante mucho tiempo. Su dominio en los primeros lustros del siglo XXI solo se matizó con la consolidación de otros gigantes que salieron de su sombra para brillar y meterse también en la carrera por ser el mejor de todos los tiempos, Rafael Nadal y Novak Djokovic.
El título en el Grand Slam francés, más la hegemonía en Wimbledon y las cinco coronas al hilo en el US Open lo catapultaron al Olimpo del tenis, pero Federer no se conformó y con más de 35 años realizó su último ataque a la cúspide, reinventó su fórmula agregando perlas como el “SABR” (sigla en inglés para describir el repentino ataque de Roger sobre el saque rival) y capturó resonantes coronas en el césped londinense en 2017 y en Melbourne 2018, esta última con 36 años.
A esa colección de números positivos sumó un carisma y una deportividad a toda prueba, que jamás falló en las muchas finales que también perdió (diez de ellas en majors, sin ir más lejos) y en dolorosas derrotas como las que le impidieron ganar un oro olímpico.
Se va un gigante, un competidor excelso en todas sus líneas. ¿Es el mejor de todas las épocas? Nadal y Djokovic han hecho demasiado como cerrar los ojos a la evidencia y dejarlos de lado en la discusión. No solo por el aspecto puramente matemático, materia en que el español puede blandir sus 22 coronas de Grand Slam mientras el serbio quedó estancado en 21 por su cerril negativa a vacunarse, sino también porque los tres supieron ganar en todas partes y extendieron su vigencia a edades en que la enorme mayoría de los tenistas ya llevaban mucho tiempo retirados.
Puestos en la balanza, por estética, grandeza y corazón, Federer, sin duda. Por constancia, disciplina y mentalidad, Nadal. “Nole” tendrá que ganar al menos dos grandes más para poner la estadística a su favor y meterse en la pelea.
Pero es solo una mirada, es cosa de gustos. Lo que no se discute es que para cualquier fanático del tenis esta fue una gran época para estar vivo.
Andrés Solervicens
Coordinador de Deportes