Doña Carmen adora el cine clásico. Sus actrices favoritas son Katharine Hepburn e Ingrid Bergman, pero ahora sumó a Emma Thompson. “Es la mejor de hoy”, dictaminó al llegar de vuelta a casa. Tenía los ojos brillantes y su mirada había adquirido una fortaleza atractiva y una intención sugerente. “¿Y qué viste?”, preguntó intrigado Don Samuel. “Una película que deberían ver todos los hombres”, sentenció, reprimiendo una sonrisa. “Se llama ‘Buena suerte, Leo Grande' y es de lo mejor que he visto en los últimos años”.

“¿Y de qué va…?”, interrogó inocentemente Don Samuel. “Nancy es una mujer mayor, como de mi edad, sesenta y tantos, exprofesora de religión insatisfecha con la vida sexual que ha tenido junto a su marido y que, una vez viuda, resuelve contratar un gigoló para conocer lo que siempre ha deseado”, respondió Doña Carmen, quien prosiguió con un exhaustivo análisis. Habló de la normalización de la sexualidad femenina, de la búsqueda de placer, de las culpas, de la exploración del propio cuerpo, de la contemplación de la belleza, del sexo rutinario e insatisfactorio, de la necesidad de las mujeres de despertar su sexualidad dormida. “Pero no es solo eso, Sam. Nancy logra descubrirse a sí misma gracias a la intimidad y las conversaciones que tiene con Leo, un Adonis negro mucho más joven que ella. El actor es Daryl McCormack, yo no lo conocía, pero no lo olvidaré… Es una película divertida, inteligente, incómoda y finalmente profunda. Hasta me hizo cuestionarme ese castigo social que pesa sobre la prostitución”.

Don Samuel miraba con los ojos como plato. Yo, sin emitir palabra, apuré el último rincón de un cognac. Y doña Carmen se sentó en su sillón favorito, se deshizo el moño que llevaba y soltó su melena sacudiendo levemente la cabeza. “¿Hay algún espumante en el refrigerador?”, preguntó.