La campaña para el plebiscito de salida es desigual. Quienes estamos por el Rechazo tenemos enfrente al viejo monstruo de siempre, el Leviatán de mil caras, pero finalmente siempre el mismo en su potencia, alcance e influencia: el Estado, ese mismo que toda Constitución debiera intentar limitar para impedir sus excesos y abusos contra el individuo. Una de las razones por las que existen constituciones es justamente por la experiencia traumática que los ciudadanos han tenido cuando el Estado se desboca y se extralimita más de la cuenta.
¿Cómo competir con esta inmensa caja pagadora de favores y dadora de recursos, que suele convertirse en botín apetecido por las maquinarias partidistas? Bajo el rótulo de “pedagogía cívica” parece esconderse una acción masiva de propaganda electoral en favor del Apruebo. Escuché a alguien llamarla “pedagogía intervencionista”. Los millones de ejemplares de la nueva Constitución repartidos a lo largo del país y firmados, en un acto cargado de simbolismo, por parte del gabinete, ¿fueron editados e impresos para que los ciudadanos los leyeran y analizaran, o para generar una fuerte sensación de que este es un buen texto y todo lo crítico que se ha dicho de él son mentiras y que el texto se defiende por sí mismo? Esto no parece una entrega de libros para ser leídos, sino una performance, una puesta en escena muy bien pensada por asesores y expertos en marketing electoral, para instalar una idea: hacer olvidar a los chilenos el espectáculo de la Convención constituyente y remitirlos al texto. Suena loable. ¿Pero alguien cree que la mayoría de los chilenos leerá la propuesta constitucional? Y si la lee, ¿contará con las herramientas de análisis y los conocimientos para descubrir las falencias y errores que este texto incluye? Si pensamos en lo paupérrima de nuestra formación cívica y conocimiento histórico, y los bajos niveles de comprensión lectora, eso es poco probable. Es cosa de ver cómo se están revendiendo esos libros (tan generosamente regalados) en las ferias libres.
El Estado tiene muchas maneras de intervenir en el proceso electoral, algunas muy difíciles de fiscalizar. Ahora empiezo a entender a algunos amigos liberales con los que en el pasado tuve apasionadas discusiones sobre su obsesión por ponerle límites al Estado. ¿Cuántos funcionarios se movilizarán en sus horas libres para difundir propaganda del Apruebo? Estarán dentro de la ley, claro, pero ¿no es un poco ingenuo pensar que lo harán por convicciones? Agréguesele a eso la cultura de la cancelación que una cierta izquierda ha instalado en las universidades y también en el Estado. El ejemplo de lo que le ocurrió a Sergio Micco en el INDH es un botón de muestra de esta nueva Inquisición, que no perdona a los disidentes de la “buena nueva” política y constitucional (una verdad que tiene casi tintes religiosos), y los convierte en herejes a llevar a las hogueras digitales o reales que se han instalado desde hace tiempo en muchos campus y escuelas de nuestras universidades estatales.
Es de esperar que la Contraloría y el Servel jueguen su rol a fondo y rápido, o el descrédito de nuestras instituciones crecerá. ¿Pero de qué servirá si los resultados de las investigaciones de la Contraloría se conocerán después del plebiscito? ¿No hay nada que hacer entonces ante ese Apruebo poderoso? Por supuesto que sí: resistir. Rechazar hoy es resistir, resistir al intervencionismo, resistir al miedo, al chantaje y la mentira. Quienes votaremos Rechazo y fuimos resistentes a la dictadura, algo sabemos de resistir. No habrá que olvidarlo para no desmoralizarse en las semanas que vienen si el despliegue del Estado por el Apruebo se vuelve imparable. Vuelvo aquí a colocar mi cita favorita de Rilke: “¿Quién habla de triunfos? / El resistir lo es todo”. Se podrá ganar o perder, pero que no se diga después que no resistimos. Porque lo más amargo de todo no es perder, sino abdicar.