Hace pocos días se realizó el remate anual para almorzar con Warren Buffett, el gurú mundial de las inversiones. Prepárese y deje el café en la mesa. Después de 43 rondas, un desconocido ofreció 19 millones de dólares por comer con el llamado “Oráculo de Omaha” en un restaurante de Nueva York. Por más de 20 años este remate —cuyos fondos son destinados a obras de caridad— ha atraído el interés de miles de personas. En esta oportunidad, sin embargo, la cifra ofrecida escapa de toda proyección.
Por cierto, la edad ayuda. A los 91, el valor de una cena con Buffett crece. Pero estos números dan cuenta de que estamos frente a un personaje de culto. Originario de un pueblo “en la mitad de la nada”, Buffett basa su fama en sus éxitos como inversionista, que lo transformaron en uno de los hombres más ricos del mundo, y también en su inclinación por la filantropía, con multimillonarias donaciones a diversas fundaciones.
Como inversionista, los principios de Buffett son pocos, pero profundos. Primero, el éxito duradero viene de mirar a largo plazo. Los vaivenes de corto plazo son muchos, y a veces inmanejables, por lo que la tentación de descontar el futuro y creer que el mundo se va a acabar puede llevar a grandes errores. Quizá por ello, el segundo principio es la convicción en el primero. En momentos de turbulencia, es la quilla profunda la que permite no dejarse llevar por incertezas pasajeras. Un tercer principio dice relación con el método de inversión. Para Buffett, hay que poner los huevos en diferentes canastas y evitar “apuntarle al ganador”. Esta última estrategia puede que resulte alguna vez, pero solo lo hará con una probabilidad muy baja: consistencia es la palabra clave.
En el ámbito personal, Buffett —viudo a los 74 y vuelto a casar a los 76— ha manifestado que una de las claves de su éxito fue “casarse con la persona correcta”, que no solo lo acompañó, sino que fue un ejemplo de vida y potenció sus intereses. Su inclinación filantrópica es quizá reflejo de esta mirada sencilla y profunda a la vida. Aunque el dinero sea una consecuencia legítima del trabajo duro, para Buffett, la tarea no está completa sin dar. Esa grandeza —magnanimidad la llamaría Aristóteles— es la que lo hace un personaje tan atractivo.
En un mundo revuelto y tensionado, son muchos los que nos hacen creer que la creación de riqueza y la solidaridad son antagonistas, y que debemos renunciar a la primera para alcanzar la segunda. Nada más lejano a la realidad. Lo más refrescante del ejemplo de Buffett es que la solidaridad no solo se complementa con la creación de riqueza, sino que es a partir de la última cuando la acción solidaria puede tener más impacto.