Colo Colo y la U han rodado una película parecida durante el receso: dos futbolistas relevantes de sus equipos, el atacante Pablo Solari en los albos y el portero Hernán Galíndez en los azules, quieren emigrar ahora mismo y defender otros colores durante el segundo semestre. Sin embargo, los clubes les niegan la salida legitimados por el derecho de obtener los réditos económicos que justifiquen la inversión que hicieron en ellos.
La experiencia enseña que en conflictos de esta naturaleza, que son frecuentes en el fútbol, la mayoría de las veces se relativiza la letra de los contratos y se impone la voluntad de los jugadores. Por eso es muy probable que los dos relatos tengan idéntico final: Galíndez fuera de la U y Solari lejos del Monumental.
Tienen denominadores comunes ambos casos, aunque son distintos en la forma: lo del “Pibe” Solari es el clásico ejemplo del futbolista que espera con natural avidez el primer contrato megamillonario de su carrera, mientras que la serie de Galíndez tiene un guion más enrevesado, críptico y discutible.
En Blanco y Negro lo deben tener claro: por más que todos veamos a Solari besando el escudo albo después de cada destello, al final del día lo que más vale para todos los actores de este reparto son los ceros a la derecha que suman a la cuenta. El episodio de Solari es otro de tantos, con preguntas y conjeturas parecidas: ¿cómo queda el futbolista cuando el club rechaza una oferta que le asegura la vida por tres generaciones? ¿No conviene venderlo hoy para evitar que la frustración lo desvalorice mañana?
Hay otra consideración: no olvidar que la plataforma de lanzamiento de la “joya” colocolina no es la liga argentina ni la Bundesliga, sino que el modesto campeonato chileno. Y no se ve tan sencillo que otro equipo pague mucho más de los US$ 4 millones que ofertó América por el bisoño delantero. Sobre todo en los tiempos de contracción económica que corren.
Lo de Galíndez esconde orillas más pantanosas. Hace un tiempo, el portero denunció amenazas de muerte en su contra y hostigamientos a su familia, lo que llevó a la U a interponer una querella en contra de los anónimos responsables. Eso fue el 9 de mayo pasado. Transcurrieron 43 días y la investigación no arroja resultados conocidos, menos culpables y, por lo poco que se sabe, tampoco habría evidencia de las amenazas.
Lo único evidente es que el seleccionado ecuatoriano se quiere ir cuanto antes y dejar a la U sin la cuota de dólares que la FIFA les entrega a todos los clubes de los jugadores que participan en el Mundial. Y aunque Azul Azul le respondió a Galíndez con un ‘ultimátum', condicionando su salida a una indemnización de US$ 250 mil, las advertencias pesan repoco cuando el futbolista tiene resuelto su derrotero.
¿Qué DT le confiaría el arco a un cuidavallas que sigue a contrapelo y sueña con atajar en otro lado? Los clubes podrán buscar y rebuscar fórmulas, lanzar conminaciones y hacerse los duros, pero son analgésicos que solo sirven para demorar la rendición ante el deseo de los jugadores. Porque está enunciado y ultracomprobado: al final, mandan ellos.
Felipe Vial
Editor de Deportes