Ayer se cumplieron 40 años de la muerte de Claudio Orrego Vicuña. Sociólogo, escritor, profesor universitario, historiador, columnista, polemista y, sobre todo, político de tomo y lomo. Fue parte de la generación que surgió a la vida pública lleno de esperanzas con la Revolución en Libertad, y que luego experimentó la frustración y el dolor de ver cómo perdíamos nuestra democracia en manos del odio, la intolerancia y la violencia.
Después del golpe, habiendo sido un duro crítico del gobierno de Allende, se transformó en un activo defensor de los Derechos Humanos. Sus valientes columnas en la revista HOY, y especialmente sus libros censurados “Para una Paz estable entre los chilenos”, “El caso Letelier”, con Florencia Varas, y “Los detenidos desaparecidos: Una herida abierta”, con Patricia Verdugo, son un vivo testimonio de esa época llena de crueldad y coraje.
En tiempos en que nuestro país vuelve a vivir tiempos de cambios, pero también de violencia, descalificación y odio, creo que el legado de mi padre adquiere nuevo significado. De las decenas de libros y miles de artículos que escribió, no hay nada que nos haya marcado más a mis hermanas y a mí que las cuatro páginas de su testamento espiritual que nos escribiera en 1970, días después del asesinato de Edmundo Pérez Zujovic, cuando creía que podía ser víctima de un atentado.
En esas breves líneas en que trataba de explicar a sus hijos chicos por qué podría haber perdido la vida producto del odio o el desgaste acelerado de su vida, nos transmitió lo fundamental que para él era el diálogo respetuoso y franco con los que piensan distinto, como único camino efectivo para construir acuerdos que posibiliten la construcción de un país más justo y democrático. Uno nunca es poseedor de toda la verdad, y siempre se puede conversar con otros, por profundas que sean nuestras diferencias. Y, por cierto, que la violencia solo engendra más violencia, por mucho que se puedan tratar de entender y combatir las causas profundas de la misma.
En su trigésimo aniversario, como familia editamos una selección de su correspondencia en el libro “Cartas Privadas”. En la ceremonia de lanzamiento hablaron Patricia Matte (cuñada y amiga), Tomás Moulian (amigo y excompañero de universidad) y don Patricio Aylwin (amigo y camarada de partido). Difícil encontrar un trío más distinto, y sin embargo a los tres los unía la amistad con alguien que hizo del diálogo (oral y epistolar) un arte y un compromiso de vida.
“Las personas nunca mueren mientras alguien las recuerda”, decía mi hermana hace unos días en un encuentro familiar. Qué frase más cierta. Solo agregaría que las personas también siguen vivas mientras sus ideas y su legado es asumido por otros. Si algo proclamó Claudio Orrego Vicuña toda su vida, en libros, discursos o vínculos personales, es la importancia de cuidar nuestro diálogo y amistad cívica, como verdadero pegamento de nuestra vida democrática. A cuatro décadas de su partida, ese legado es más importante que nunca, y nosotros (sus hijos, amigos y discípulos) lo seguimos recordando como siempre. ¡Gracias por seguir vivo entre nosotros!
Claudio Orrego Larraín