Mucha gente (partiendo por la gente que compone el mercado) sintió alivio cuando se supo que Mario Marcel asumiría como el ministro de Hacienda del Gobierno. Él sería “el adulto en la habitación”, como dice el dicho.
Marcel se preocuparía de que el Gobierno no gastara más de lo que tenía, para empezar. También mantendría el orden, los modales y hasta el aseo y el ornato. Y lo haría siempre con su sonrisa amable en la boca: “No pienses en mí como un jefe, sino como un amigo. Un amigo que te puede echar, claro”. Porque, en efecto, la gracia de Marcel es que más allá de su cordialidad y actitud mansa, igual transmitía la sensación de autoridad.
Y lamentablemente hablo en tiempo verbal pasado (“transmitía”), porque la jefatura simbólica de Marcel en el gabinete duró hasta esta semana. Se acabó.
Las cosas ocurrieron más o menos así. El subsecretario de relaciones económicas internacionales anunció a principios de semana que el Gobierno realizaría una consulta pública respecto de los tratados y acuerdos de libre comercio que Chile ha firmado con otros países. La noticia provocó alarma, porque se pensó que eso echaría un manto de dudas sobre los tratos ya suscritos y que espantaría a los inversionistas que vinieron al país amparados en esos acuerdos. Una eventual estampida tendría efectos concretos sobre la marcha de nuestra economía.
Por eso, al día siguiente del anuncio, el jefe de Hacienda, Mario Marcel, salió a plantear que su ministerio no tenía idea de lo que hablaba el subsecretario, porque no le habían informado nada al respecto, y le puso paños más que fríos a todo el asunto.
El “big boss” había hablado. La calma volvió a los mercados. Marcel estaba cumpliendo exactamente con el rol de “adulto en la habitación” que muchos proyectaban en él.
Pero al día siguiente las cosas cambiaron. La canciller Antonia Urrejola apareció en público para desautorizar la queja de Marcel y dijo que el subsecretario no tenía por qué pedirle autorización al ministro de Hacienda para anunciar lo que anunció.
Desde luego era completamente innecesario que la ministra Urrejola le quitara el piso de ese modo a Marcel y ante el país la escena se pareció mucho a una discusión matrimonial en que mamá y papá se enfrentan delante de los niños. Los sicólogos desaconsejan tajantemente ese tipo de situaciones.
Como sea, el asunto es que Mario Marcel descendió en los últimos días varios eslabones en la cadena alimentaria del poder gubernamental. Ya me había llamado la atención su entrevista del domingo pasado en que dijo que no le inquietaban los capítulos económicos aprobados por la Convención Constitucional. Y también me sorprendió cómo su colega y amigo René Cortázar salió a refutarlo en el diario por decir exactamente eso.
Me preocupa el tema. El “chao jefe” a Marcel es un símbolo que puede presagiar momentos muy difíciles para adelante. Sobre todo porque cuando parte la dinámica del “chao jefe”, lo que sigue poco después es el “déntrese, tatita”… y ahí sí que estamos fritos.