Un medio de comunicación promociona un programa en el que difundirá y analizará las propuestas constitucionales de la Convención invitando al público a revisar si estas coinciden o no con el país de sus sueños. Son muchas las iniciativas que han promovido la participación ciudadana en el proceso constituyente usando el mismo o análogo lenguaje. Esas expresiones sintonizan y refuerzan un sentimiento culturalmente dominante, el que entiende la Constitución como el lugar donde cabe escribir el país de los sueños. Me parece que la Convención ha entendido su función de igual manera.
El problema con esa forma de entender el texto constitucional es que los chilenos no soñamos con el mismo país. Nuestros ideales políticos son distintos, como podemos comprobar en cada proceso electoral, en que dispersamos votos de un extremo a otro del espectro político.
Casi un 80% de la población votamos a favor de un nuevo texto constitucional, los convencionales fueron elegidos democráticamente y las normas que han aprobado lo han sido siempre por dos tercios o más. ¿Por qué ahora las encuestas muestran que hay más rechazo que apruebo? Algunos ya han comenzado a buscar culpables entre los convencionales. Yo no creo que esto se explique tanto por impericia o torpeza de quienes integran la Convención, como por el hecho de que, entre que se verificó su elección y hoy, ha cambiado el sentido del viento. El estado de la opinión pública desde el estallido a la fecha es otro.
Y si no solo soñamos países distintos, sino que además nuestras opiniones y estados de ánimo colectivo son cambiantes, ¿cuál sueño de país podemos escribir en un texto constitucional que nos una y perdure?
Más allá de los más diversos contenidos, todas las constituciones del mundo tienen un elemento en común: son las normas de más difícil reforma en el respectivo Estado. Son las reglas de las que la mayoría política no puede disponer. Como las mayorías son cambiantes y la alternancia en el poder es consustancial a la democracia, entonces las constituciones no deben entronizar ni blindar uno de los muchos y legítimos proyectos políticos. Las normas supramayoritarias no deben abanderizarse con ninguno de los sueños de país en competencia. Si lo hacen no perdurarán (pues la opinión pública es cambiante), no serán un factor de unión (pues en el país coexisten muchos sueños políticos) y tampoco serán legítimas (pues harán difícil a ciertas mayorías realizar sus proyectos políticos).
La función de un texto constitucional que aspire a unir y a perdurar es mucho más acotada que escribir el país de los sueños y consiste en darnos unas buenas reglas democráticas para la competencia política. Unas que garanticen gobernabilidad a las mayorías y representación a las minorías. Unas que aseguren independencia y equilibrio entre los poderes, con controles cruzados fuertes, pero que no los paralicen. Unas que aseguren los derechos fundamentales.
Ningún texto constitucional puede aspirar a una entusiasta adhesión unánime, pero si la Constitución es política, la divergencia se circunscribirá a la forma de Estado y al régimen político. Si, en cambio, procura además entronizar un modelo económico, uno social y hasta uno cultural, como me parece intenta este proyecto, la divergencia que provocará se multiplica exponencialmente.
El mal comenzó en Chile con la Constitución del 80. Ese texto fue un programa político, social y económico, que fue blindado por medio de reglas de muy difícil reforma. Un modelo del cual las mayorías democráticas no podían disponer. No obstante las constantes reformas, esa Constitución nunca alcanzó la legitimidad social necesaria y terminó por caer.
Ahora se está escribiendo otro detallado programa para que quede blindado de las cambiantes mayorías. Tampoco será una Constitución que nos una. No puede serlo porque es un programa político y ningún programa político nos une.
Sea que, por unos pocos votos, este texto se apruebe para reformarlo, o que se rechace para un plan b, seguiremos discutiendo acerca de la Constitución. En las democracias sanas y estables las fuerzas políticas debaten dentro de la Constitución. En las inestables, acerca de la Constitución. Me temo seguiremos haciendo lo segundo mientras no abandonemos la idea de que la Constitución es para escribir en ella el país que soñamos y la concibamos, en vez, como el lugar donde debe quedar instalado un solo modelo: el democrático.