Es memorable el comienzo del poema “Explico algunas cosas”, de Pablo Neruda, en el que revela por qué abandonó las profundidades y oscuridades materiales y psíquicas de “Residencia en la tierra” (para mí, su poemario más valiente y arriesgado) por la transparencia de la poesía comprometida con una causa política: “Preguntaréis: y dónde están las lilas?/ y la metafísica cubierta de amapolas?/ y la lluvia que a menudo golpeaba/ sus palabras llenándolas de agujeros y pájaros?/ Os voy a contar lo que me pasa”. Hay veces en la vida en que quienes vivimos entre libros, poemas, clases de literatura, debemos salirnos de nuestro “mundo” para cruzar la peligrosa línea que separa ese territorio —donde abundan más las incertezas y las preguntas— de ese otro que exige respuestas nítidas y decisión. René Char, francés de la Provenza, quien había participado de la aventura surrealista, se vio enfrentado a ese duro dilema de si permanecer en territorio conocido o saltar a la primera línea, arriesgando la libertad de la escritura por el compromiso con la “rugosa realidad”. Char se hizo “maquisard”, resistente clandestino contra los invasores nazis, y dijo: “el poeta no puede permanecer mucho tiempo en la estratósfera del verbo, debe acurrucarse en lágrimas nuevas y avanzar hacia adelante en formación”.
Por supuesto, no soy ni la pulga en el zapato de Neruda o Char: apenas un lector de poesía —esa es mi pasión—, un profesor y divulgador de poesía; a lo más, un poeta de segunda división. En mi corta época de militante político, en plena dictadura militar, en las reuniones de una célula clandestina, con mis compañeros, leíamos casi a escondidas poesía, nos distraíamos evadiendo por un momento la aridez de la pura acción política, que exige concentración y eficacia, porque el corazón del poeta —lo dijo Machado— “late atónito y disperso”. Dejé de participar en política cuando Chile volvió a la democracia, y volví a mis libros y mis poetas. Hoy, ya en el umbral de la “vejentud” (bello término acuñado por Gonzalo Rojas) o derechamente dentro de ella, otra vez soy requerido —como muchos— de abandonar la “estratósfera del verbo” para “avanzar adelante en formación”. ¿Pero puede homologarse la lucha de la resistencia que libramos contra una dictadura atroz con el compromiso por la deriva de un proceso constitucional en plena democracia? ¿Vale de verdad la pena abandonar “la metafísica cubierta de amapolas” por entrar en campo minado de una polarización ingrata y con costos personales evidentes?
“Os voy a contar lo que me pasa”: hoy, como en la década del 80, me parece que también está en juego la democracia. Ayer fue una derecha que cometió el error histórico de hacerse aval de una Constitución ilegítima y autoritaria; hoy una parte de nuestra centroizquierda se está haciendo aval de un proceso constitucional liderado por una izquierda radical que puede terminar imponiendo una Constitución partisana, que, en vez de unir, parece dividir y desmembrar el país. Son los “profetas desarmados” (así los llamaba Maquiavelo) que creen que la realidad debe doblegarse a sus deseos. Ahí están una plurinacionalidad teórica que no calza con nuestra historia y un sistema político propuesto que nos acerca a la autocracia. La irresponsabilidad histórica de una parte de la centroizquierda de hoy es igual de grande que la de la derecha de ayer: “hacerse los lesos” ante la desmesura constituyente. En privado, muchos de esos dirigentes reconocen que la Convención perdió el rumbo, se extravió; en público, callan o apoyan lo indefendible. Algunos por oportunismo, otros por miedo a la funa. ¿No tiene todo esto un cierto olor a dictadura? Y en el contexto de un país enfermo de violencia, con un Estado debilitado y una nueva Constitución que lo va a debilitar aún más.
Ahora, tal vez, espero, puedan entenderme los que me preguntan a cada rato: “¿Y dónde están las lilas?/ ¿Y dónde la metafísica cubierta de amapolas?”.