A quienes nos gusta hurgar en la historia y en las historias del fútbol chileno, siempre nos hemos encontrado con menciones elogiosas y elogiables para el Club Deportivo Universidad Católica. Sus aportes al fútbol y a todo el deporte del país son permanentes desde su fundación, en 1927, hasta la actualidad. Instalaciones deportivas en ciudades, en la costa y en la montaña, culminando con la habilitación de San Carlos de Apoquindo, le han merecido el reconocimiento general.
Y no solo han sido aportes materiales, sino también en cuestiones de principios, llegando incluso a sacrificar opciones deportivas en defensa de la limpieza de la organización, como sucedió con su escandaloso descenso a segunda división en 1973, por luchar contra la corrupción instalada en la Asociación Central de Fútbol (lo que no se resolvió con la fundación de la ANFP 14 años más tarde).
En suma, una historia admirable, coronada en los últimos años con la obtención de cuatro títulos consecutivos y con el anuncio de la modernización de su estadio.
En las últimas semanas, sin embargo, se muestra cayendo en los mismos desvaríos violentistas de otros clubes, tanto o más importantes y con barras siempre más agresivas. Mal en el campeonato local y en el terreno internacional.
Ya se había mostrado la cara fea de su barra con ocasión del duelo del fútbol chileno por la muerte de Leonel Sánchez. En medio del recogimiento del estadio, un grupo de energúmenos estalló en groserías en contra del recuerdo del gran jugador. Inadaptados, idiotas.
El que queda mal, finalmente, es el club. Y no es gratuito, porque ocurre en el interior de su estadio y en una barra cuyos miembros deben estar empadronados. El club no es culpable de lo sucedido, pero es responsable.
Más cercano está lo sucedido en el partido contra Colo Colo. (Entre paréntesis, un partido que es uno de nuestros clásicos y no “un nuevo clásico”, como leí y escuché en la víspera del partido, dicho y escrito, supongo, por ignorancia y no por mala fe).
Los hechos de ese encuentro suceden con varias aristas que deben estudiarse. La primera es la apertura de puertas que permitió que barristas violentos ingresaran al sector preferencial para golpear a hinchas del rival. La segunda es qué hacían esos seguidores albos en tribunas del estadio, si no se juega con visitantes. Se nos dice que son entradas regaladas a los jugadores de Colo Colo. Si es así, no puede seguirse haciendo, pues se conocen los vínculos entre los planteles (y las directivas) con los violentistas de cada club. Los portadores de entradas de cortesía deben estar identificados. O esas entradas eliminadas. De hecho, la cortesía ya ha sido excluida de todas las relaciones en el mundo del fútbol.
Por último, lo ocurrido con Flamengo en San Carlos ensucia el perfil internacional del club. El nuevo ataque de los extraviados de una barra enloquecida produjo una víctima infantil: un niño ubicado en la hinchada brasileña resultó herido por una bengala lanzada por un criminal hacia ese sector. Escribió el club: “No podemos tolerar estas conductas miserables en nuestro estadio” y llama a identificar al hechor.
Tendrá que llegar el día en que todos los asistentes a nuestros estadios se identifiquen. Que empiece la UC, cuyo bien ganado prestigio en décadas queda expuesto en minutos por estos idiotas que no tienen arreglo ni con Holan…