El miércoles ya tenía lista la columna de hoy. Pero por culpa de una piedra tuve que cambiar de tema.
Iba a escribir sobre el beso de Gabriel e Irina en las puertas de Palacio. Recuerden que en una columna anterior escribí que en caso de emergencia había que activar el “Plan Boda en La Moneda”, para que la agenda noticiosa se enfocara en eso y no en asuntos públicos más impopulares y enojosos. Luego seguiría el “Plan My First Baby en Palacio” y así.
Entonces, cuando vi lo del beso frente a los fotógrafos, me inquieté, porque es demasiado pronto para activar un plan comunicacional previsto solo para emergencias.
Pero luego me tranquilizó que la “pauta-de-la-foto-del-beso” se realizara el mismo día en que aterrizaba en Chile la banda de rock Kiss. Había algo poético ahí. Y como siempre he pensado que Gabriel Boric es más poético que político, supuse que lo del beso en sincronía con Kiss era una acción deliberada, muy bien pensada por él. Sentí alivio. Y entusiasmo. Pensé que el Presidente por fin comenzaría a hacer su juego, a mostrarnos cómo un poeta ejerce el poder político.
Pero apareció la piedra en el camino: el peñasco que le lanzaron en Coquimbo. Y como en la ranchera, esa piedra en el camino me enseñó que mi destino era cambiar el tema de la columna. Y aquí estoy.
Es obvio que el piedrazo me trajo a la memoria el Evangelio de Juan, cuando los fariseos llevan ante Jesús a una mujer adúltera a punto de ser apedreada siguiendo la ley de Moisés. Fue ahí que Jesucristo se mandó su sólido “El que esté libre de pecado que lance la primera piedra”. Una versión apócrifa de ese episodio señala que segundos después una roca cruzó el aire y cayó cerca de la adúltera. Sorprendido, Jesús se empinó para ver quién había lanzado la piedra. Y dijo: “No, pues, mamá, usted no…”. Claro, porque como la Virgen María es libre de pecado, sería la única habilitada para lanzar la primera piedra.
El punto que quiero plantear es que casi todo el mundo salió el jueves a condenar al sujeto que hizo puntería con el Presidente Boric. Y está muy bien el reproche social y el penal; el hombre tendrá que responder por sus actos. Porque la violencia política es completamente inaceptable, y tengamos claro que el hecho de Coquimbo fue violencia política: al Mandatario quisieron agredirlo por razones políticas, no para robarle el reloj, ni por celos, ni en un pleito de bar ni en la salida del estadio. Repito, esto fue violencia política. Y el repudio debe ser completo.
Pero momento. ¿Cuántos de los actores políticos en Chile están libres de pecado con respecto a la violencia política? ¿Por acción y por omisión? ¿No hemos sido rehenes de la violencia política desde el 18-O en adelante, donde se nos ha dicho que si no hay un cambio político radical volverán el fuego y el caos? ¿No es violencia política insultar, funar y amenazar a convencionales que votan de una manera distinta a la manera que querrían algunos colectivos; llamar a una conferencia de prensa para nombrarlos uno por uno, como quien denuncia a delincuentes en la plaza pública, como hicieron esta semana con los constituyentes socialistas?
Con una mano en el corazón, ¿quién está libre de pecado en esto? ¿Ah?