La actividad política sigue sin poder recuperar sus cartas de nobleza, aquellas que en el mundo occidental atravesaron siglos, desde la Antigüedad hasta el siglo XX, bajo los estandartes del bien común, la organización de la vida colectiva y el procesamiento de los conflictos para frenar la violencia irracional. Elitismo, corrupción, autorreferencia pueden enumerarse entre los factores causantes de un distanciamiento ciudadano que oscila entre indiferencia y rabia.
Pero se habla menos de una carencia que desarma a las democracias actuales en su corazón: la sensación de que la política es impotente. Se ha vuelto válido preguntarse en los últimos años: ¿de qué sirve la política frente a los mercados financieros globales o frente a crisis que surgen en otros países? Los profesionales políticos parecieran haber perdido el control para entregar respuestas efectivas ante fuentes de incertidumbre y angustia como el clima, la pandemia o la indisponibilidad de fuentes de ingreso estables. Sin agencia, la política se reduce a retórica o ruido de fondo.
En el caso chileno, este arrebato de la capacidad de hacer una diferencia positiva en la vida de las personas golpea doblemente a las fuerzas de centroizquierda e izquierda, pues se suma una supuesta falta de credibilidad en determinadas áreas.
Por décadas, entre el fracaso del modelo soviético y los cantos de sirenas de la Tercera Vía quedó un vacío por completar en economía. Por otra parte, el origen contestatario de muchos grupos progresistas y la complejidad del trabajo policial nos ha llevado a naufragar en la provisión de seguridad. “No funciona” y “es una mala copia” parecen ser las dos caras de una misma moneda: las críticas de la izquierda no han dado paso a una alternativa sólida al emblemático modelo neoliberal chileno.
Ni los éxitos de la transición concertacionista, ni el reformismo de la Nueva Mayoría, ni la radicalización fragmentada han bastado para levantar una alternativa a la altura de la transformación propuesta. Si no lo entendemos, seguiremos sin desarrollar realmente un proyecto político para el nuevo ciclo que inaugura el gobierno de Boric, sostenido en el tiempo y que se construye con una nueva Constitución y nuevas relaciones entre mundo político y ciudadanía.
Desde la fundación creemos que hay suficientes aprendizajes y experiencias disponibles en Chile y el mundo para repensar el lazo social, la distribución del poder y el levantamiento de liderazgos a tono con las exigencias de una ciudadanía que pide protagonismo y reconocimiento. Pero no habrá alternativa convincente desde el progresismo si no se acaba con las áreas de imposibilidad, es decir, donde los complejos y las rigideces del pasado nos han dejado presos de la inacción. La confesión de impotencia no basta. Un proyecto político es fiable si propone caminos para abordar responsablemente la acción climática, las migraciones, la precarización del empleo, la seguridad en las calles, la equidad urbana o las condiciones para que los derechos sociales puedan ser ejercidos. Un proyecto progresista es tal si materializa vías de lo posible y si lo hace desde una mirada colectiva.
Romper la imposibilidad política no consiste en buscar un ideario. Más bien, consiste en dotarse paulatinamente de herramientas —políticas públicas, modelos— para hacer posibles los cambios sociales, culturales y de habitabilidad del planeta. Ni tecnocracia ni eslóganes, solo ciudadanía con capacidad de empujar los cambios que ella misma se propone.
La nueva experiencia chilena tiene sobre sus espaldas la atención internacional. Ya no podemos seguir postergando la construcción de un proyecto alternativo, coherente, aplicable, para dejar atrás la sociedad desigual configurada en el ciclo anterior.
Pedro Güell
Presidente Horizonte Ciudadano
Xavier Altamirano
Director ejecutivo Horizonte Ciudadano