Señor Director:

Entre los valiosos argumentos que se han dado para no eliminar al Senado en una nueva Constitución, quisiera resaltar su aporte a la gobernabilidad y a la estabilidad.

Basta echar una rápida mirada a la historia de la mayor parte del siglo XX y el actual siglo XXI en Chile. Salvo por los 14 años de los gobiernos liderados por el Partido Radical, entre 1938 con Pedro Aguirre Cerda hasta Gabriel González Videla en 1952 y los 20 años de la Concertación con Patricio Aylwin en 1990 y Michelle Bachelet I hasta 2010, hemos tenido en Chile la ley del pendulazo. Desgraciadamente, parece estar en nuestro ADN.

González Videla fue sucedido por Ibáñez en 1952, que llegó con “la escoba” para barrer a los radicales; Ibáñez fue sucedido por Jorge Alessandri, hijo de don Arturo, histórico enemigo del general; al conservador Jorge Alessandri lo sucedió Eduardo Frei Montalva, con su “revolución en libertad”, y a este último, Salvador Allende, con la revolución de la Unidad Popular.

En el siglo XXI, después del fin de la Concertación en 2010, se sucedieron Piñera I, Bachelet II, Piñera II y ahora Gabriel Boric.

El hecho de que el Senado con la Constitución de 1925 se renovara parcialmente cada cuatro años, con mandatos de ocho años para los senadores, y con la Constitución de 1833 cada tres años, con mandatos de seis años para los senadores, fue siempre, repito, siempre, un aporte para la gobernabilidad y estabilidad de Chile. Esto siempre resultó en mejores leyes y mejores gobiernos.

Como muchas veces repitió Gabriel Boric, ya como Presidente electo, estamos parados sobre hombros de gigantes. Bueno, casi todos esos gigantes salieron del Senado.

¿Alguien puede pensar en su sano juicio que Chile está inmune a que sigamos sin más pendulazos en el Poder Ejecutivo y que para más remate también en el Legislativo si este fuera monocameral?

Rodrigo Santa Cruz García de la Huerta