Un fantasma recorre Chile: el fantasma del Rechazo. Lo que parecía improbable e incluso imposible, la peor de las pesadillas para una mayoría refundacional y maximalista de la Convención, ya está aquí. Cuando se estaba a meses de conseguirlo todo, la reinvención y deconstrucción de Chile, las autonomías infinitas de los territorios, el sesgo de género obligatorio para los jueces, cuando un convencional, en el “sumum” de su éxtasis “plurinacional”, cantó “pluri-Chile es tu cielo azulado”, cuando estaban a punto de tocar el cielo con un dedo, el Rechazo comenzó a crecer como la mala hierba. Sin que la derecha ni siquiera hubiera iniciado campaña alguna, porque los verdaderos portavoces del tan demonizado Rechazo resultaron ser los mismos voceros de la refundación desde cero. La desmesura “progresista” se encontró con los límites de la realidad y el sentido común.
Toda desmesura, tarde o temprano, tiende a dispararse a sí misma en los pies. Sea de izquierda o derecha, la desmesura sigue siendo el pecado mayor, así lo entendieron los griegos y uno puede escuchar un delirio, dos, tres, pero el cuarto delirio ya no produce gracia ni atracción, sino repulsa, rechazo. No se necesitan grandes argumentos para eso: un instinto que todos tenemos dentro despierta alarmas cuando el carnaval se desmadra. Podemos sumarnos a él en algún momento de embriaguez en una fiesta, pero al amanecer nadie (salvo los que continúan borrachos) quieren seguir tirando la casa por la ventana. O, lo que es peor, destruyéndola. La Convención entró en un estado de embriaguez y entusiasmo colosales, absolutamente inmune a cualquier atisbo de crítica o preocupación que viniera de afuera. Muchos de sus miembros más parecían iluminados redactando un texto sagrado (un Corán identitario) que una Constitución para todos. Algún día habrá que estudiar qué extraño fenómeno psicológico se produjo al interior del Palacio Pereira, algo muy parecido a lo que ocurre en las sectas: hasta los supuestamente moderados terminaron sumándose a un aquelarre pocas veces visto en la historia de nuestra República.
Pepe Mujica, el expresidente uruguayo que tiene la virtud del sentido común (tan ausente en estos lares), dijo hace tiempo que le preocupaba que esta Convención terminara siendo una “bolsa de gatos”. Lo presintió, olió la desmesura. Nuestros líderes de izquierda, en cambio, callaron, miraron para el lado, dijeron que era mejor aprobar una nueva Constitución, por mala que resultara, con tal de enterrar la antigua. Miraron al rey desnudo, pero siguieron diciendo que andaba vestido. Así, se farrearon la oportunidad histórica de haber redactado una Constitución de unidad que hubiera contado con una mayoría tan contundente como el plebiscito de entrada. Ahora viene el plebiscito de salida: ¿y qué salida hay si el Rechazo sigue creciendo? ¿Qué hacer?
“Qué hacer”, título de un emblemático libro de Lenin. Seguramente eso se estarán preguntando los últimos leninistas del mundo, los convencionales del PC, que han llevado con una impasibilidad notable el pandero de esta fiesta. ¿Cómo revertirán esta tendencia? ¿Solucionando problemas comunicacionales de la Convención? No ¿Proponiendo una ofertón de derechos infinitos? ¿Más desmesura? Que, por favor, consagren en la Constitución el derecho a rechazar una mala Constitución. Ese es un derecho sagrado de los pueblos; nadie puede invitar a un país a resignarse con una Constitución mal hecha.
Se empieza a ver una cierta palidez en los rostros de las máximas autoridades del país, todo lo sólido se desvanece en el aire, y un fantasma recorre Chile. Ese Chile que algunos convencionales ya creían enterrado, ha regresado y los anda penando. En la noche, se desvelan y creen escuchar una vieja canción que vuelve desde el pasado y que les pone los pelos de punta, una canción insomniante. Y dice: “Chile, la alegría ya vieeene... ¡¡Vamos a decir que no... ohoh!!”.