Fue siempre Leonel, a secas. Solo en las alineaciones aparecía como Leonel Sánchez y nada más que los muy grandes pueden ser llamados solamente por su nombre. Y si se hubiera quedado en Italia, cuando su destino futbolístico apuntaba hacia allá, seguro habría sido, simplemente, Leonello.
Eso no lo supimos. Lo que sí supimos es que fue un gran jugador y que junto a su compañero de tantas jornadas con la roja y con la azul, Jaime Ramírez, podría jugar en el fútbol de hoy y en cualquier parte. Salvo, claro, que me digan que hoy no se le puede pegar tan fuerte a la pelota o que no se puede ser un animador permanente de su equipo y mostrar una personalidad exuberante, dominadora, ganadora.
No estoy de acuerdo con aquello de que Leonel “era humilde”. Ni siquiera lo respaldan las definiciones de humildad que da la RAE, tantas veces desafortunada. El gran astro tenía conciencia de su valía y de su aporte al fútbol nuestro, aunque no andaba por ahí refregándoselo por la cara a medio mundo y tampoco se ponía el número 1 de la historia. O sea, no era vanidoso, pero tampoco humilde. No era modesto dentro ni fuera de la cancha. Pero era famoso en los tiempos en que la televisión no mandaba y las redes sociales no existían.
Fue importante para el desarrollo del fútbol chileno. Por dos razones de dos colores.
Azul, porque fue figura inamovible en el Ballet y esa escuadra maravillosa marcó un nivel de buen fútbol en los campeonatos locales. Fue, de la mano de Luis Álamos y de Washington Urrutia y en el marco de un grupo directivo visionario, un plantel que ganó seis títulos y fue un gran surtidor de valores para el seleccionado, además de imprimir un sello a su época. No fue la U un exponente de valor en torneos internacionales, lamentablemente, pero eso no desmiente su gran contribución al progreso con su ejemplo institucional y deportivo. Y ese plantel, creo, no sería el mismo sin la figura trascendente y apasionante de Leonel.
Rojo, porque fue un integrante decisivo en las formaciones que presentó Fernando Riera durante cuatro años para llegar a disputar el Mundial de 1962.
Con Leonel llegó a la selección un jugador respetado y de gran calidad. Era mucho más que su tremendo remate de zurda (aunque solo con eso bastara) y más que su teórica ubicación de puntero izquierdo que se le daba en las alineaciones oficiales. Desde donde estuviera, pero siempre por la mano izquierda, él armaba, daba pautas, empujaba… y remataba. Y cada vez que apuntaba al arco, una exclamación se extendía por el estadio porque iba a ser gol o porque caería algún zaguero.
Destacar entre los grandes compañeros que lo acompañaron en ese histórico seleccionado es un mérito extraordinario, como lo fue ser goleador del Mundial. Vi a Leonel desde el comienzo del Ballet y también en su título con Colo Colo. Un grande al que tampoco acepto recordarlo como el de la frase “que gane el más mejol”: él decía “que gane el más mejor”, porque podía cometer un error con los adverbios y los adjetivos, pero no era un ordinario, y jamás se lo escuché decir así.
En Playa Ancha, después de un partido, lo entrevisté para una radio usando la frase “en el fútbol, como en el amor…” y me interrumpió: “No, por favor, no me hable del amor, que no quiero tener más problemas…”.
Leonel era entonces muy joven. El periodista también. Ahora Leonel ya no está en este mundo pequeño y cambiante, pero vive en el corazón de todos.