Conversé boquiabierto con el ingeniero Michael Huetwohl, alemán, que lidera un equipo encargado de un instrumento único del mundo, un telescopio infrarrojo de 2,5 metros de diámetro que estuvo durante el mes pasado retratando el cielo desde Chile. Es la operación Sofia, de NASA y la Agencia Espacial Alemana.
La semana pasada las embajadas de ambos países despidieron en Santiago al equipo responsable. La NASA se ocupa del 80%. Alemania financia el 20% y se encargó de la ingeniería y de la operación del telescopio.
El instrumento se asoma por una escotilla trasera de un Boeing 747 especial: un ventanal para explorar el cielo nocturno.
¡Cómo será posible! Imagino una película de bandidos: desde un auto en veloz marcha, el asesino dispara hacia otro automóvil también acelerando —quiere meterle una bala al corazón de su rival. En el cine, podría resultar. ¿Y aquí?
El Boeing de Sofia vuela a 13 mil metros, donde hay un 5% del aire a nivel del mar. Evita el obstáculo de las nubes y la concentración de agua que impiden la observación desde más abajo. El piloto intenta mantener una trayectoria sin saltos, a velocidad estable, pero eso es imposible.
Igual, me explica el ingeniero alemán, el telescopio apunta con una precisión tal que si disparara un rayo láser, le apuntaría a una moneda de 500 pesos a 16 kilómetros de distancia. ¿Cómo lo logra?
Primero, han definido el punto del espacio donde habrá que apuntar. El avión debe avanzar siempre a 90° del objetivo para que el telescopio, desde el costado, se concentre en él. La nave enfrenta turbulencias. Un colchón de aire disparado por múltiples equipos independiza el telescopio de los movimientos del avión. Además, su soporte es una bola que puede inclinarse 3° en cualquier dirección para ir haciendo ajustes.
Desde dentro del fuselaje, los tripulantes ven este inmenso equipo retorciéndose como un ratón atascado en la entrada de su madriguera, ajusta su posición para compensar los movimientos del avión. (https://www.sofia.usra.edu). En realidad, el telescopio avanza quieto; el avión es el que se retuerce.
“¡Qué privilegio para un ingeniero trabajar en un instrumento único en la historia y de tan compleja tecnología!”, le digo al alemán. Michael Huetwohl asiente. Siento que estoy ante un líder del descubrimiento, un Galileo. Me acuerdo de Neil Armstrong, que pisó la Luna confiando en tecnologías que hoy día parecen básicas, comparadas con la sofisticación de este telescopio.
Debido a esa complejidad, Michael Huetwohl dirige un equipo, perteneciente a la Universidad de Stuttgart, radicado en el Centro de Investigación de Vuelo Neil Armstrong, de NASA, en California.
La operación es costosa, y cada año los de Sofia sufren con las discusiones presupuestarias. Pero como la humanidad ha financiado los grandes templos para orar, financia la astronomía nada menos que para saber.