¡Qué paradoja! Mientras en Chile se debate acaloradamente sobre si eliminar o no el Senado, o dejarlo como un cuerpo intrascendente, en Perú se ha discutido por años sobre la necesidad de volver al bicameralismo que, salvo cortos períodos, existió hasta el autogolpe de Alberto Fujimori, en 1992. Al año siguiente, la Constitución consagró una sola cámara, a la medida de un gobierno autoritario que quería implementar reformas drásticas, de rápida tramitación, en un Congreso de mayoría fujimorista.
Un buen amigo peruano me dice que muchos de los problemas de gobernabilidad e inestabilidad política en Perú tienen que ver con esta cámara única. “La tarea de legislar requiere reflexión y un amplio debate, lo que no se da en un Congreso unicameral. Nuestra experiencia es nefasta”, me dijo hace unos días. Pero justamente es rapidez y simplificación de los trámites legislativos lo que buscan los partidarios de eliminar el Senado chileno. Es verdad, el proceso es mucho más expedito. En Perú se habla de “leyes sorpresa”, que se tramitan velozmente, sin revisión en comisiones, aprobadas el mismo día de presentarse el proyecto.
El diagnóstico de los constitucionalistas peruanos es bastante crítico. Por ejemplo, Marcial Rubio se refiere a la “tensión entre la eficacia unicameral y la tentación de los bloques mayoritarios de no respetar la necesidad de un estudio prolijo” de las leyes. Alfredo Bullard ha dicho que, sin cámara revisora, no hay “un sistema de control de calidad”, mientras Enrique Bernales señala que es inconveniente para el equilibrio de poderes, pues si el oficialismo domina, el Congreso “es obsecuente con el Ejecutivo, y si domina la oposición, es desestabilizador”.
Martín Vizcarra intentó reformas políticas en 2018. Surgieron varias propuestas que tras aprobarse en el Congreso fueron a referéndum. La de restituir la segunda cámara perdió, porque el fujimorismo, en ese entonces con mayoría parlamentaria, cambió la propuesta por una que le acomodaba.
Pero el debate en Perú sigue abierto. Ello, aunque es cierto que sus problemas de gobernabilidad tienen múltiples causas, desde el régimen “presidencialista atenuado”, que provoca constantes enfrentamientos entre el Ejecutivo y el Legislativo, lo que ha llevado a la destitución o renuncia de varios presidentes, hasta un sistema de partidos fallido, que colapsó en la década del noventa, dejando a las colectividades tradicionales mirando cómo surgían nuevas organizaciones políticas, que a su vez declinaban y daban paso a otras que apenas sobreviven, en un Parlamento cada vez más fragmentado y polarizado.
Sobre todo, no deben ignorarse las profundas desigualdades sociales, económicas y de representación entre las regiones y Lima, entre la sierra y la costa, lo que genera discordias e inestabilidad al sistema. Pero este problema se agudiza al no existir una cámara territorial, con facultades equivalentes a la cámara de representación proporcional, donde cada región o provincia elija el mismo número de parlamentarios sin importar el tamaño de su población.