Cada una de las eliminaciones de Chile a la Copa del Mundo dejó un reguero de lamentaciones, con crisis de distinta índole. La que surge luego de la derrota ante Uruguay es una de las más complejas, por dos variables que comprometen la estructura en su globalidad.
La primera es la guerra civil desatada en el arbitraje, aunque con una resolución más simple y al parecer casi escrita. Entre el cuerpo referil entero y la comisión presidida por Javier Castrilli, el directorio que encabeza Pablo Milad no tiene dónde perderse. “Restañar las heridas”, como decía Julio Martínez, no será fácil. El ideal sería que no hubiera vendettas.
El desaguisado al que asistimos refleja la necesidad de la separación entre la federación y la ANFP. La dependencia de los jueces de los dueños de las instituciones que conforman el Consejo de Presidentes no es solo un conflicto de interés, sino que conforma una presión indebida. Lo ocurrido en el duelo entre Huachipato y Deportes Copiapó, en que los árbitros quedaron expuestos a presiones indebidas, es una prueba irrefutable.
El segundo punto es mucho más complejo de resolver. La presencia de los representantes de jugadores en la propiedad o administración de los clubes, con la posibilidad cierta de que accedan al control de la ANFP, es un riesgo gigante para el fútbol chileno. No se trata de hacer valoraciones. Es una cuestión de prioridades: a ellos les interesa vender jugadores, moverlos, generar actividad en el mercado, pero no su desarrollo.
Se acercan las elecciones de Quilín en un escenario duro. La dirigencia que preside Pablo Milad no tuvo capacidad para discutir o al menos poner en la discusión del Congreso el costo que implica para los clubes la ley que obliga a la contratación de las futbolistas. ¿De dónde saldrán los casi 100 millones de pesos que se suman a la operación de los clubes? ¿Se sacarán de los actuales presupuestos? ¿Existirá alguna franquicia para solventar la futura estructura? ¿El Estado se pondrá en la promoción y consolidación del fútbol femenino?
Es demasiado lo que está en juego en los comicios de noviembre. Se requiere liderazgo y oficio. Nuestro fútbol no está para experimentos ni carreras personalistas. Se precisa gente de peso, no solo en la presidencia, sino también en el acompañamiento del timonel. Que los funcionarios de la ANFP califiquen como “las visitas” al grueso de los directores de la mesa refleja un problema.
El nombramiento del seleccionador nacional es un tema fundamental. Los amistosos anunciados por el director de selecciones nacionales, Francis Cagigao, obligan a disponer de un entrenador en pleno ejercicio de sus funciones. Su misión no es fácil. Tendrá que iniciar el descarte de los históricos de la Roja, que en un principio contarán con la adhesión de los hinchas y algún sector de la prensa, que se fijará en la trayectoria y no en el presente.
Nombres con espalda y recorrido en nuestro fútbol, como Fernando Aguad, Antonio Bloise, Andrés Fazio o Francisco Ceresuela, que vivieron las buenas y las malas, lejanos a la contingencia del día a día, con respeto de sus pares, es lo que se necesita para un trayecto en el que no abundarán las flores.