A-go-ta-do-ras. Sí, me parecieron agotadoras las críticas a los nombramientos de embajadores realizados esta semana por el Presidente Boric. Las encontré injustas.
¿Alguien creerá que es muy agradable partir de embajador a Holanda y tener que fatigar horas y días buscando por los canales de Ámsterdam a la exalcaldesa Karen Rojo?
¿Les parece que es un buen panorama tener que partir a España a sufrir con las irritantes peleas intestinas entre el PSOE y Podemos?
¿Ustedes piensan que el frío y la oscuridad de Estocolmo son agradables?
¿Se han imaginado lo que cuesta acostumbrarse al acento de los portugueses de Lisboa?
¿Se imaginan que los envían a Rusia? ¿Se dan cuenta de lo funables que se volverían en Twitter por el hecho de poder caminar por San Petersburgo como si nada en medio de la guerra?
Piensen solo por un momento lo que debe ser habitar la enorme sede diplomática de Chile en París; el peso sicológico que implica dormir en la cama que acunó los sueños de Pablo Neruda. Debe ser agobiante.
Es insoportable tener que andar por Roma, Milán, Sicilia o la Costa Amalfitana de incógnito, porque anda tú que te reconozca alguien y te saque una foto y la suba a las redes sociales… el daño reputacional será irreparable.
Y para qué hablar de Estados Unidos. ¿Ver el espectáculo del “cherry blossom” de Washington DC por televisión y no poder salir a la calle a disfrutarlo? Dicen que los cerezos provocan una alergia muy molesta.
Ni siquiera se salvan Australia y Nueva Zelanda, referentes de las nuevas figuras del poder local. Hay demasiado sol y el aire marino sopla con una sal que a los chilenos nos hace sentir demasiada nostalgia; nos deprime. Pero lo más grave de todo es la pandemia. Como esos países son islas y tuvieron una política de “cero covid”, hoy casi no circula el virus en sus territorios y eso podría ralentizar el sistema inmunológico de un chileno, cuya biología está acostumbrada a convivir con todo tipo de virus, patógenos y bichos raros. El exceso de limpieza puede ser letal para nosotros. Es como cuando un piscolero toma agua: se oxida y, a la larga, muere.
Por eso digo que no es ningún premio de consuelo que a uno lo nombren embajador. Más bien es un castigo.
Piensen en la pobre expresidenta de la CUT, a quien la están destinando a Argentina. No le será fácil bancarse el acento golpeado de los porteños. No disfrutará de las discusiones con café y medialuna de las mañanas en los boliches de la esquina: cualquier parroquiano argumentará de política mejor que ella. Piensen en el tema del colesterol también: como embajadora estará obligada a comer en restaurantes prácticamente todos los días, muchas veces al almuerzo y la cena, y todos sabemos que la dieta trasandina se basa en la carne, y no precisamente hablamos de cortes magros sin grasa a la vista, sino por el contrario, suelen abundar los bifes de chorizo, el matambre, la tira de asado, el ojo de bife o el bife angosto, también conocido como entraña, pero asada con toda esa película de grasita superficial que si se hace con el fuego a la temperatura perfecta adquiere un ligero crocante que la hace completamente irresistible. O sea, de alto riesgo.
Entonces, córtenla con seguir criticando los nombramientos de embajadores. No hagan leña del árbol caído.