Una alta funcionaria del nuevo gobierno afirmó que el de Sebastián Piñera había sido el peor de la historia. Este ya recibió amenazas de juicio por “violación de los derechos humanos”, como si él hubiera iniciado la violencia. Hasta la ínclita Convención, en su afán de tribunal popular, exigió “cárcel para Piñera”.
Por otro lado, al observar desde la distancia a la pareja presidencial, en especial el Presidente, con sus estragos, se adivina la ordalía experimentada para que no se desmoronara la estantería institucional. Reconociendo la debilidad política de la administración, jamás un Presidente podría haber estado preparado para el Estallido, que en violencia —aunque no en muertes— fue mucho más allá del Bogotazo o del Caracazo. Ni lo estaban la fuerza pública ni tampoco, hay que destacarlo, la clase política. Y sobre la “guerra”, el Presidente lo hubiera dicho mejor si no hubiese afirmado que “estamos en guerra”, pero sí que indudablemente no pocos le declararon la guerra a las instituciones y al Estado de derecho. La destrucción del metro fue nuestro Pearl Harbor.
Piñera ofreció gestión y la realizó; no rompió el cerco de un crecimiento económico limitado, mayor que el que le precedió, y entre el 2018 y el albor del Estallido parecía repetirse esta limitación. El Estallido lo descarriló completamente, tal cual como a la casi totalidad de la clase política, aunque parte de esta intentaba con patetismo subirse al carro de azuzar la crisis institucional y que la República se desbarrancara.
Estuvo brillante en la gestión de la pandemia, que tenía mucho de combate ciego contra lo desconocido, como en todo el mundo, contra viento y marea, en especial con la resistencia encarnizada del Colegio de Profesores y el Colegio Médico, que apenas disimulaban su anhelo de que colapsara el Gobierno; el segundo llegó a proponer que el país “hibernara”. ¿A dónde habríamos llegado?
La pandemia, por su larga duración, provocó estragos en la economía, tal cual lo ha sido a lo largo del mundo. La resistencia poco política del Gobierno a las ayudas directas se basaba, lo sospecho, en la esperanza de que la pandemia se terminara y se pudiera recuperar el ímpetu de crecimiento. No fue así. Las fortalezas heredadas y la trabajosa conducción de Hacienda y del Banco Central lograron moderar su caída, pero no se pudo impedir, como en todas partes, la del año 2020; además, los famosos 10% hirieron de muerte una fortaleza de las finanzas. Fue una situación de catástrofe a lo largo del mundo, resistida mejor en Chile que en otras partes de América Latina, por si a alguien se le ha olvidado este pequeño gran detalle.
Sin duda parte del mérito de la resistencia anímica del expresidente se debe al apoyo de la Primera Dama, Cecilia Morel. Mucho se hizo de su alusión a los “alienígenas”. Atrajo un alud de críticas pérfidas y crueles (y necias). La estulticia de las masas. Primero, la información se obtuvo por medio de la violación de la vida privada sin que precisamente se estuviera pesquisando un delito, sino solamente mediando una alevosía, que no recibió la condena que merecía, quizás el escarnio más abyecto de nuestra historia política. Segundo, el estilo entre fashionable y de contracultura de la gráfica de la comunicación de masas, al estilo Avatar de nuestra época, hace alusión al imaginario extraterrestre, tal cual ha sido creado por Hollywood y difundido en grafitis, atavíos y oropeles corporales, donde la alusión a una imagen alienígena ocupa un lugar distintivo.
La expareja presidencial en cuanto tal merece reconocimiento en la supervivencia —hasta el momento— de las instituciones de la República.