Suena a venganza. Se asumió que con el colapso de la Unión Soviética la historia había terminado, y hela aquí, cruel como siempre. Había señales: el terrorismo islámico, los nacionalismos y, por sobre todo, una naturaleza fuera de todo control como consecuencia de su depredación por los humanos. Pero los eventos del último par de años superan lo imaginable. La pandemia primero, que obligó a la humanidad a inclinarse nuevamente ante una enfermedad para la cual no tenía respuesta, y ahora una guerra que repone otra vez el fantasma de la guerra nuclear y el fin de la especie humana. Ucrania de pronto desplazó en las pantallas de TV a los médicos de bata blanca por militares en trajes de camuflaje.
Niños vagando entre escombros, ancianos con ojos desorbitados abrazados de sus mascotas, mujeres huyendo con sus hijos, familias refugiadas en el metro, jóvenes tomando las armas para resistir: todo esto en el seno de Europa. “El retorno de la historia”, señaló la revista Time sobre la imagen de un tanque ruso.
En estos días se ha repetido hasta el hartazgo lo mismo que se dijo con el covid: que después de la invasión rusa el mundo ya nunca será el mismo. Es cierto. Ha creado una nación, Ucrania, a partir de una población altamente heterogénea, pero que, ante un ataque inmisericorde, descubre compartir el mismo sentido de dignidad, autonomía e indignación. Ha creado, asimismo, lo que tantos anhelaban: una Europa unida tras una visión geopolítica común, con capacidad de defensa propia, con Alemania abandonando todo atisbo de neutralidad, sin complejos en volverse el imán y el refugio de los pueblos de Europa del Este que no desean volver al dominio ruso. Ha reforzado la alianza atlántica, echando por tierra el deseo de Trump, y muchos como él, de dejar a Europa a su suerte. Ha obligado a la extrema derecha estadounidense y europea, que hasta hace pocos días coqueteaban indecorosamente con Putin, a tragarse sus palabras.
Cabe agregar que la guerra, así como las inéditas sanciones económicas aplicadas sobre Rusia, provocarán trastornos que afectarán a toda la población del planeta, sin excepción. Habrá un incremento agudo de los gastos en defensa y una profusión del armamento nuclear ante el temor de que otros autócratas sigan el ejemplo de Putin, postergando sine die la prioridad del combate contra el cambio climático. Las naciones, en especial las más poderosas, buscarán reforzar su autosuficiencia en todos los planos, lo que debilitará al comercio mundial y afectará a países exportadores como Chile.
En suma, si con la pandemia se habló de una nueva normalidad, ahora habría que hablar de una nueva-nueva normalidad.
“Don't look up” (“No miren arriba”). Este es el título de la exitosa película protagonizada por Leonardo di Caprio en la que —haciendo una sátira de lo que sucede con el calentamiento climático— dos científicos advierten sobre un cometa que está a punto de destruir la Tierra, pero nadie los escucha. No vaya a suceder lo mismo, en nuestro caso, con las autoridades que en estos días asumen las riendas del poder político y con las que tienen la responsabilidad de concordar una nueva Constitución. Desde que fueron elegidos, la historia no se ha detenido, sino que ha mostrado su cara más trágica. Con esto, valores que estaban en el baúl de los recuerdos, como patria, fronteras, defensa, heroísmo, autosuficiencia, han retomado toda su actualidad. No mirarlo sería una conducta tan necia como la de aquellos políticos que se burlaban de Di Caprio.
“Look up, look out, look around” (“Mira hacia arriba, mira hacia afuera, mira a tu alrededor”). Este podría ser el título de la película que corresponde protagonizar a las autoridades que ahora tienen sobre sus hombros el destino de Chile.