En la serie de TV “Chernobyl”, que recrea el desastre nuclear de 1986, cuando robots que removían escombros fallan por la radiación, la decisión del ejército soviético fue enviar, en palabras de un general, “robots humanos” a hacer el trabajo. La siguiente escena muestra a soldados removiendo escombros en turnos brevísimos, para evitar una exposición “extensa” a la radiación. Se estima en 4.000 las muertes producidas por el accidente. Claro, la caracterización televisiva enseña que los verdaderos “robots humanos”, fríos y calculadores, eran los líderes soviéticos y no los soldados.
El mundo observa cómo Rusia desestabiliza el planeta. El número de muertos por su invasión a Ucrania ya supera el centenar, los heridos el millar y los desplazados, más de 100.000. Todo hace pensar que Vladimir Putin, hombre frío y calculador, busca reconstruir algo parecido a la Unión Soviética. Para él, “la caída de la URSS fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo”. Así justifica su “acción militar especial” en contra de Ucrania.
La respuesta de Occidente ha sido firme en las declaraciones, pero no tanto en las acciones. Es cierto que las sanciones tuvieron impacto inmediato sobre la ya alicaída economía rusa (su PIB es solo un 7% del de EE.UU.) haciendo desplomar su bolsa (-33%). También, que el viernes la OTAN anunció la activación de sus fuerzas multinacionales, lo que debería ser una amenaza creíble para Putin. Sin embargo, Rusia parece haber encontrado (hasta el momento) menos resistencia en la comunidad internacional de lo que se esperaba. ¿Debería sorprendernos? No tanto.
Para Europa y EE.UU., complicar el escenario económico con una escalada bélica justo cuando la pandemia parece ceder no tiene atractivo alguno. Por otra parte, la inestabilidad política interna en el mundo desarrollado dificulta la toma de decisiones complejas. Con las redes sociales ampliando la polarización, con políticos buscando el like a como dé lugar y con una población que se ha acostumbrado, cual robot, a consumir información sin filtro crítico, en las democracias liberales no es tan fácil unificar posiciones en contra de un opresor. Por supuesto, estas debilidades Rusia las entiende y explota.
Y China es otro actor clave. Desde su reunión con Putin en la previa de los Juegos Olímpicos de Invierno (Beijing), Xi ha mantenido distancia del conflicto. Pero nadie duda de que los eventos en Europa del Este representan un caso de estudio para las intenciones chinas de tomar el control de Taiwán. De ser este el caso, de estar concertados, se alcanzaría el peor escenario.
La cosa se ve color de hormiga. Lo bueno: hace dos días, en una llamada entre los dos líderes autoritarios, Xi pidió a Putin abandonar la mentalidad de Guerra Fría y buscar una salida negociada a la crisis. Lo feo: no pasaron horas y el ruso amenazó a Finlandia y Suecia con acciones político-militares en caso de unirse a la OTAN. Lo malo: la humanidad vuelve a pagar con vidas las decisiones de líderes del tipo robot humano.