Este gobierno está terminando. Aunque para muchos ya terminó hace rato.
En algunos días más, Piñera deberá entregar la banda al nuevo Presidente, que tiene la mitad de la edad y casi el triple de popularidad (por ahora).
Piñera cierra así su vida política de manera algo amarga. Es impensable pensar en un retorno (pese a que aquella vieja frase de que “en política nunca se puede dar a nadie por muerto” seguirá siempre vigente) y es poco lo que queda de su legado político. No solo le entrega el mando a la izquierda dura, sino que su sector terminó detrás de un candidato de la derecha dura y ultraconservadora, lejos de lo que él siempre quiso ser. Mal que mal, a Piñera se le podrá reprochar su historial empresarial, pero tiene los papeles limpios en materia política. Contrario a la dictadura, partidario de la “democracia de los acuerdos”, colaborador con la Concertación y el único Presidente de centroderecha que habitó La Moneda en mucho tiempo. Y dos veces…
Pero Piñera termina su gestión sin haber logrado un sector menos dogmático en lo económico, menos conservador en lo valórico y menos temeroso en lo político. Se va sin una “nueva derecha”, con poco apoyo y casi sin amigos. Gran parte de su sector lo rechaza por timorato, por débil y por entregar la Constitución. Y la izquierda lo rechaza por múltiples razones.
Así, en tierra de nadie termina un gobierno, cuya popularidad de 6% en un momento probablemente fue la más baja de la historia de Chile. Desde Blanco Encalada en adelante.
¿Qué pasó entonces?
En primer lugar, se debe desmentir aquel cántico injurioso y aquellos rayados que dicen “Piñera asesino, igual que Pinochet”. Se trata posiblemente de una de las mayores fake news de los últimos tiempos.
Se podrá criticar a Piñera por no haber revertido a tiempo el alza del Metro. Por una mala reacción frente al estallido. Se le podrá criticar por haber ido a comer pizzas. Pero cualquier acusación de asesino es falsa y una comparación con Pinochet al único que favorece es a Pinochet. Frente a la ficción de que el estallido social hubiera ocurrido con Bachelet, con Lagos, con Frei, con Aylwin —y más allá de que la reacción política pudo haber sido muy distinta—, ¿el actuar de Carabineros habría sido distinto? ¿Podríamos calificar a los expresidentes de “asesinos”?
Todavía tendrá que pasar tiempo para determinar por qué el estallido social le ocurrió a Piñera, pero lo que sí es claro es que el Partido Comunista el 19 de octubre ya pedía la renuncia del Presidente. Fue, sin duda, un intento de un intento de golpe blanco de una parte de la izquierda, que derechamente no aceptó nunca un gobierno de derecha.
Afortunadamente, este gobierno termina su mandato completo. Braceando apenas en algunos momentos, pero termina. Y eso no es poco.
Más allá de las fake news y del intento de que su mandato terminara, lo que sí queda de Piñera es su incapacidad política para enfrentar una crisis que él no había creado (“no son 30 pesos, son 30 años”), no haber logrado la modernización de su sector, no haber dejado un sucesor y encontrarnos ad portas de un posible salto al vacío con la nueva Constitución.
Un gran político como Von Bismark decía que la política no es una ciencia exacta, sino un arte. Probablemente eso es lo que nunca logró entender Piñera, quien siempre quiso sacar las derivadas y la elasticidad de cada decisión política, fracasando rotundamente en ello.
Tal vez, la gran fortaleza de Piñera no es ser presidente, menos primer ministro. Su fortaleza es ser gerente. 24/7. Trabajador incansable y obsesivo. Porque desde los mineros a las vacunas, pasando por la recuperación económica, hay un hilo común. Y ese mérito es de Piñera. Y no es pequeño.
Pero los países no pueden navegar a cargo de un gerente, por mucho que en esa materia lo haga bien. O muy bien.
Tal vez, lo que más valorará la Historia es que finalmente Piñera fue un moderado. En el peor momento de la crisis pudo haberse refugiados en los duros, pero optó por los blandos, por los dialogantes. En buena hora para el país, pero en mala hora para él, que lo dejó sin apoyos en ningún lado. Siguiendo la clásica dicotomía de Maquiavelo (sobre si conviene ser temido o ser amado) el problema es doble: no ser temido ni tampoco amado. La tierra de nadie, la indiferencia, el desprecio.
En pocos días se inicia un nuevo ciclo político. Las esperanzas están puestas en que Boric lo haga bien. Y una mayoría quiere terminar luego el “ciclo Piñera”. Pero la política es veleidosa. Así lo muestra la Historia muchas veces. No es descartable que en un tiempo más se cumpla aquella vieja frase de Cantinflas: “Estamos peor, pero estamos mejor porque antes estábamos bien, pero era mentira. No como ahora, que estamos mal, pero es verdad”.