Son muchas las voces —afortunadamente— que están encendiendo las alarmas, desde distintas sensibilidades, sobre los peligros que se ciernen sobre Chile y nuestra democracia, por las propuestas que están siendo aprobadas en las comisiones de la Convención. Ya no es solo el alarmismo habitual de una cierta derecha que durante décadas (las décadas de la Concertación, que hoy añoran) decía igual que el personaje de un viejo cuento: “viene el lobo, viene el lobo” y el lobo no venía… Hasta que el lobo llegó: el lobo de la avidez y desmesura refundacional en este caso, pero ya nadie le cree. No. Esta vez son alarmas bien fundadas, que vienen desde gente de centro, centroizquierda e incluso izquierda, que votaron “apruebo” en el plebiscito y que hoy se sienten complicados ante muchas propuestas que parecieran encaminadas más a deconstruir el Chile republicano que a proponer una Constitución que nos represente e incluya a todos.
Hay quienes están advirtiendo, incluso, que habría algunos peligros para la soberanía territorial de Chile en algunos artículos de las resoluciones de las comisiones. La plurinacionalidad propuesta —por ejemplo—, inspirada en las ideas de Evo Morales (quien estará muy contento con esto), apuntaría a convertirnos en una corta y angosta faja de tierra, no en el país que somos. Se cumpliría con ello la frase de Parra: “creemos ser país/ y somos apenas paisaje”. Entre quienes están señalando esto, está el experto en temas internacionales y Premio Nacional de Humanidades José Rodríguez Elizondo, destacado intelectual, del que nadie podría decir que es un opinólogo alarmista. Este tema va más allá de diferencias entre derechas e izquierdas. Y es solo un botón de muestra de muchos otros desvaríos que están tomando cuerpo en la Convención y que preocupan a demócratas y gente pensante y seria de todos los sectores.
Óscar Guillermo Garretón, economista y exsubsecretario de Economía del gobierno de Allende, nos hace ver que las nacionalizaciones propuestas llevarían al país a la ruina y que parecen pensadas por personas que no vivieran en nuestro siglo XXI globalizado: como si alguien viajara desde los años 70 hacia el futuro, a aplicar fórmulas fracasadas en todas partes del mundo al Chile de hoy. Mario Waissbluth, ingeniero y fundador de Educación 2020, quien tiene una evaluación muy positiva de Boric y su futuro gobierno y su gabinete, ante las propuestas de la Convención, en cambio, afirma: “tengo mis escasos pelos completamente parados de punta”. Dice que los redactores de estas propuestas en sus entrevistas “suenan a escolares de segundo medio” (entre ellos, una “dama explicando cómo se podrían producir autos con litio como en Bolivia”) y “causan una mezcla de risa con llanto”. ¿Lo acusarán también de anticiparse demasiado a una improbable debacle? ¿Pero de qué serviría encender las alarmas cuando ya sea demasiado tarde y no tengamos a quién decirle: “¿y ahora, quién podrá defendernos?”.
El gran peligro no es solo que los delirios sean aprobados por los dos tercios (si eso ocurriese, no hay nada más que hablar, sino el rechazo puro y duro), sino que se termine redactando un “imbunche”, un texto que intente satisfacer (y calmar) en algo a los más radicales (que no son pocos) para no llegar al fiasco de no tener texto que presentar al país. Un mamarracho que haría revolcarse en su tumba a Andrés Bello. Por eso, no se burlen ni desprecien tan rápido a los alarmistas; en tiempos en que la democracia en el mundo está tan frágil y vulnerable, ellos cumplen una función. Sobre todo los que, como Garretón y Elizondo, tenían la edad de Boric cuando vivieron la derrota y la tragedia de los 70. Lo dijo Han Jonas en su libro El Principio de la Responsabilidad: “Se profetiza la catástrofe, para impedir que llegue. Y sería el colmo burlarse de los alarmistas si la situación no llegó a un punto tan extremo. Su mérito tal vez resida en quedar burlados”.