Lo dijo Pedro Castillo cuando asumió la Presidencia. Lo repitió cuando celebró los cien días de gobierno. Y lo reiteró Héctor Valer, el efímero presidente del Consejo de Ministros —duró cuatro días—, quien anunció que implementaría “un mecanismo de concientización sobre la Asamblea Constituyente”, que debe ser un “proceso de maduración” para crear un “momento constituyente” en las elecciones presidenciales de 2026.
No era idea suya, sino del partido oficialista Perú Libre (marxista) y otros referentes de izquierda. “Es un reclamo popular, que se encuentra en manos del pueblo organizado”, dijo Castillo. Pero la grave crisis que enfrenta el Presidente no tiene nada que ver con la Constitución, sino con su propia incapacidad política y su ignorancia de las formas institucionales. Un cuarto gabinete en siete meses muestra su falta de criterio. La democracia requiere negociaciones, consensos y también una buena dosis de sentido común. Poner a una persona con denuncias de violencia intrafamiliar y procesos judiciales en el alto cargo es un desatino, por decir lo menos. Eso explica el rechazo general a Valer y su pronta renuncia.
El Presidente dice que está aprendiendo a gobernar, que es un modesto maestro rural. No es excusa, ni siquiera busca buenos profesores. Se rodea de gente mediocre, asesores ineptos, de dudosos antecedentes, un “gabinete en la sombra”, dicen exministros, y nombra a personas sin las mínimas condiciones o experiencia. Una excepción fue Pedro Francke, que daba garantías de seriedad en el manejo económico. Pero renunció.
Castillo “no tiene un norte claro”, según analistas. Tampoco conocimientos ni voluntad de mejorar su gestión ni su toma de decisiones. Que Valer anunciara que el gobierno priorizaría la Constituyente es un signo de que Castillo no ve el cuadro completo, y culpa de sus problemas a la institucionalidad. Muchos de los graves problemas de gobernabilidad (y corrupción) en Perú tienen que ver con la calidad de los líderes políticos. Aunque también con la forma de gobierno, un régimen semipresidencial, o “presidencial atenuado”, que no pone los contrapesos necesarios entre Ejecutivo y Legislativo, donde el primer ministro responde al mandatario, pero necesita la venia del Congreso, el que puede “vacar” al Presidente, quien a su vez puede mandar a los congresistas a sus casas. Esa no es buena receta para la estabilidad. Quizás se requiera una reforma, pero ¿será necesaria una Asamblea Constituyente, con todas las incertidumbres que genera, como se ve en la Convención chilena?
El partido de Castillo reúne firmas para un referéndum que solo puede convocar el Congreso, y no está dispuesto a hacerlo. Castillo lo culpa de la crisis, lo que en parte es cierto, pero no ve su responsabilidad ni la de su entorno. Dice que no lee diarios ni ve televisión, solo lo que le muestran sus asesores, pero invoca al “pueblo” cada vez con más frecuencia. Como un mantra que podría guiarlo mágicamente. Una nueva Constitución no salva a un país de ese tipo de presidentes. Por eso ya muchos piden su renuncia.