No sabemos aún quién será el ganador de la elección presidencial que comenzó el domingo. En lo que sí tenemos ya bastante claridad es acerca de quiénes son los perdedores. Las primeras en la lista de las derrotadas son las coaliciones que gobernaron el país en los últimos 30 años. Por primera vez desde 1989, ninguna de ellas estará en la papeleta de la segunda vuelta. Por primera vez, en más de 30 años, ninguna de ellas estará en La Moneda.
Sabemos que Chile cambió en octubre del 19, pero también que volvió a cambiar en noviembre del 2021 y que muy probablemente seguirá cambiando. Una velocidad así no se detiene en poco tiempo. Creer que se pone la pica en Flandes en medio de la turbulencia de una crisis política mayúscula como la que atravesamos es no solo una falsa ilusión, sino también un enorme error político. En estos períodos, la gente rápidamente repudia lo que ayer aprobó (si no, pregúntenle a Piñera), muta sus preferencias y pone sus esperanzas alternativa y sucesivamente en casilleros muy distantes del espectro derecha-izquierda con el que seguimos acostumbrados a clasificar las opciones políticas.
En períodos de crisis, la acción y reacción pendular es la lógica del cambio. Los que generaron la violencia y los que la legitimaron o justificaron por sus resultados ya no olvidarán la tercera ley física de Newton, conforme a la cual si existe una fuerza externa, tal fuerza será contrarrestada por otra igual, pero en la dirección opuesta. La reacción en este caso está a la vista, particularmente si se mira la votación de Kast en La Araucanía. Para lograr esa adhesión, al candidato le ha bastado un discurso enfático de repudio a la violencia y a la delincuencia, sin que haya necesitado siquiera explicar cómo es que va a erradicar una u otra.
Que todo esté en movimiento, que lo único cierto sea la constante transformación; que ninguna coalición política logre capturar la mayoría y, cuando lo hace, lo logre de manera muy transitoria; ese vértigo es una buena noticia para los perdedores, su derrota no es definitiva, o más precisamente puede no serlo, a condición de que sean capaces de entender las causas del repudio electoral que sufren.
Un 30% del electorado marcó a Kast, cuyo discurso más esencial apeló a la paz, la lucha contra la violencia y la delincuencia. Otro 30% marcó a Boric, cuyo mensaje principal está en la justicia social y la igualdad. Un visitante extranjero probablemente no entendería cómo es que no prende una candidatura de centro que, sintetizando ambas posturas populares, prometa cambios graduales hacia la justicia social con estabilidad y orden. Cabe preguntarse si esa candidatura existió y, si no fue convincente, inquirir por las causas de ello.
La centroizquierda parece especialmente necesitada de análisis político y de autocrítica. Durante los últimos cuatro años no ha hecho mucho más que sumarse a las iniciativas del PC y del Frente Amplio, llámense retiros previsionales, acusaciones constitucionales o proyectos de ley. Ha carecido de iniciativa y voz propia, así como de capacidad crítica. Después de eso, es difícil convencer que una candidatura tiene perfil propio y ofrece algo distinto y único. Que sus únicas palabras y acción política luego de la enorme derrota consistan en adherir entusiasta e incondicionadamente a la candidatura de izquierda tampoco ayuda a la centroizquierda a ese perfilamiento propio que debe lograr pronto, si no quiere esfumarse en la irrelevancia.
Quiero creer que el repudio al centro político no viene de una adhesión natural a los extremos o de un rechazo a la idea de cambios graduales con apego irrestricto a las formas de la democracia; sino parece que el rechazo proviene de un cansancio con los líderes y partidos que no han representado o han representado mal esa opción. Tiene que ver más con abusos y corrupción que con la distancia con las ideas de centro. En la vorágine del cambio, esas ideas sí pueden volver a tener una nueva oportunidad.
La rueda de la fortuna política está girando y lo seguirá haciendo a una velocidad vertiginosa. Los idearios perdedores de hoy pueden ser ganadores mañana; a condición, claro está, de perfilarse como lo que son y no de tratar de asimilarse a los extremos que esta vez los vencieron.