De cara a la definición más estrecha del torneo en los últimos años, tanto Universidad Católica como Colo Colo deberán desempolvar el espíritu competitivo para afrontar el triunfo y la derrota. Para los albos sería consagrar una resurrección pocas veces vista, después de acercarse al infierno con pésimas medidas administrativas. Para los cruzados sería coronar una hegemonía temporal inédita en el fútbol chileno. Asumir una derrota en un año anormal es una obligación, pero, al mismo tiempo, un ejercicio al que los dirigentes y técnicos no están habituados. La hidalguía no abunda en ambas tiendas por estos días.
Independiente de lo que suceda en dos semanas más, comenzará un nuevo período para ambos. La evidente superioridad de la UC en el plano local no se condice con sus raquíticos resultados en el plano internacional, por lo que deberá tomar dos decisiones trascendentes. La primera es validar la continuidad técnica de Cristián Paulucci, el hombre que enmendó las erradas decisiones adoptadas a comienzos de temporada. Es en su continuidad donde podría encontrarse el secreto extraviado de este ciclo, que cambió de mano temporada tras temporada.
Pero la tarea más difícil para Buljubasich estará en la renovación de los contratos de varios referentes cruzados, ya muy por sobre los 30 años, y que implican decisiones dolorosas. Fuenzalida, Lanaro, Aued, Puch y Buonanotte son el núcleo duro de los últimos títulos, y si de ellos dependiera continuarían en la institución, pero limitando la competitividad internacional y la proyección de los jóvenes, una de las prioridades históricas del club.
Por el lado de Colo Colo, esa tarea ya está hecha. La salida de casi todos los referentes veteranos significó no solo la descompresión del camarín, sino el alza evidente del rendimiento y la irrupción de nuevos valores. Mantener la solidez del plantel, sin embargo, dejó en evidencia que la tregua directiva fue momentánea. A la hora de hablar de las inversiones reapareció Aníbal Mosa, ratificando que su protagonismo en el club se hará sentir a la hora en que el actual presidente, Edmundo Valladares, no pueda poner sobre la mesa los dineros necesarios para comprar a Solari, retener a Gil o traer el centrodelantero que pretende Quinteros. Si Mosa entra en escena, faltará por ver la reacción del otro cacique, Leonidas Vial, recordando que ambos, en abril de este año nomás, anunciaban que venderían sus acciones para dejar el ruedo, lo que finalmente no pasó de la amenaza o la movida estratégica.
En ambos casos, el éxito o el fracaso en la definición del torneo podría torcer los destinos. Si los albos ganan, aflojar capital podría ser más fácil. Si los cruzados pierden, la poda se haría menos dolorosa. Si la UC alza la copa, por otra parte, avanzará otro paso importante en la influencia que se hace ostensible hace rato en los manejos del fútbol chileno.
De lejos, el resto de los equipos mirará la apasionante lucha tratando de rasguñar una participación internacional (que siempre trae más costos que beneficios) o librarse del descenso. Así es y será con los torneos largos, donde la abundancia y calidad de los planteles desnivela, más ahora que se puede cambiar a la mitad del equipo en cancha. Así es la vida.
Y de la U mejor ni hablar. Ese equipo no tiene futuro, porque se juega la vida, dramáticamente, en el presente.